Venezuela necesita quitarse el chip socialista para sacar al dictador | Por: Luis Moros

➦ El autor es es analista político, escritor y conferencista radicado en Estados Unidos

¿Por qué tenemos los venezolanos esta falsa realidad de que los “gringos” serán nuestros salvadores? ¿Por qué pensar que alguien más nos tiene que rescatar del problema que voluntariamente elegimos? ¿Por qué siempre depender de otro y no buscar las herramientas para librarnos de nuestros males? La respuesta es sencilla: Chávez y su populismo.

La campaña del expresidente Chávez consistió en tres cosas: Los ricos contra los pobres, satanizar a la empresa privada como enemigo del pueblo y la inyección letal en la mente del venezolano, haciéndoles creer que todos deben recibir lo mismo, vivir igual y obtener los mismos resultados.

Venezuela arrastra más de 192 años de golpes de estado, dictaduras, conspiraciones, corrupción y rebeliones militares. Así como en las relaciones abusivas, de tanto llevar golpe, la víctima termina normalizando la violencia; lo mismo le pasó al venezolano en el ámbito social y político. Terminamos normalizando y viviendo a punta de golpes que desgarran día a día nuestros derechos humanos.

De los golpes, nacen las “dictaduras positivas”. El “dictador positivo” en la historia de Venezuela es Marcos Pérez Jiménez. Este dictador quien fue enjuiciado y condenado por hechos de corrupción en la década de los 60 también fue el que posicionó a Venezuela por arriba de China y Estados Unidos, con el cuarto Producto Interno Bruto (PIB) per cápita más alto del mundo. Usted mida la balanza.

BORRAR EL CHIP SOCIALISTA

Más allá de sacar al tirano, los venezolanos necesitamos borrar de nuestro subconsciente el “chip” socialista que se nos ha instalado y hemos normalizado como parte de nuestra idiosincrasia. La dictadura de Chávez-Maduro ha maltratado al país más allá de lo político; sembró en el ADN de la nueva generación de venezolanos una dependencia social profunda en el gobierno.

Desde hace 24 años, el venezolano inconscientemente empezó a convertirse en eso que tanto repudiaba. Repudiamos el chavismo, pero poco a poco empezamos a normalizar su filosofía. Así cuando la mujer abusada se termina enamorando del abusador; Venezuela es un típico caso de un síndrome de Estocolmo ideológico y social.

Aunque aborrecemos, denunciamos y queremos fuera del poder al tirano, a su vez, idealizamos un país bajo la filosofía del tirano. En otras palabras, queremos la misma película, pero con otros protagonistas.

No queremos el chavismo ni el madurismo, pero queremos seguir sobornando al policía cuando cometemos una infracción. Somos opositores al socialismo, pero normalizamos el no pagar gas, luz y agua por meses.

Queremos un país con luz, sin inseguridad y buena salud pública, pero somos los primeros en quejarnos al pagar impuestos. Queremos un país mejor, pero criamos a nuestros hijos a ser más “vivos” y no correctos. Añoramos una mejor Venezuela, pero normalizamos el conducir bajo las influencias del alcohol como algo típico y hasta cómico.

Queremos un país próspero, pero al mismo tiempo queremos un gobierno que tenga la obligación de mantenernos y “regalarnos una casita pa’ los hijos”.

HUNDIR A LOS QUE TRABAJAN

El chavismo ha decidido premiar a los mediocres y hundir a los que trabajan, escudándose en una “igualdad social” absurda. Este gobierno ha estado creando una generación floja, vaga y sobre todo, dependiente de un sistema. Les favorece.

Una generación que se cree merecedora de todo y dispuesta a entregar sus derechos humanos al mejor postor con tal de recibir a sus artistas favoritos en el Teresa Carreño, comer por los cielos en restaurantes flotantes y pasar un fin de semana en Los Roques mientras niños mueren de desnutrición.

Ojo, no se trata de dejar de vivir. Se trata de tomar acción. No se trata de responsabilizarlos, se trata de parar de normalizar injusticias y dictaduras.

Toda revolución comienza cambiándose a uno mismo. Sacar a Maduro para reestructurar la democracia en nuestro país es solo la mitad del trabajo. La verdadera reestructuración de un país está en su gente. El país cambiará cuando dejemos de pensar que Trump nos tiene que salvar, o que alguien debe rescatarnos.

El país cambiará cuando paremos de juzgar al otro por quien ama. El país cambiará cuando deje de tener dos colores: Azul en las mañanas con su cielo lleno de esperanza y rojo en las noches al convertirse en un valle de balas. El país cambiará cuando nos preocupemos por el bienestar y amemos por igual entre negros y blancos, de clase alta o baja y siga usted la lista.

El chavismo—y ahora madurismo—seguirá hasta que nosotros decidamos cambiar como sociedad.

El final de esta película que ha durado 8,911 días—y contando—no tiene un final concreto. El final siempre dependerá de nosotros, los jóvenes. Lamentablemente, los jóvenes son los hijos de un país. Venezuela, su madre. Como hijos, ya hemos visto como torturan a nuestra madre. Como hijos, tenemos dos opciones: Observar cómo la desangran o llenarnos de ímpetu, valor y garra para abatir al abusador. Ese es nuestro rol como jóvenes venezolanos ahora mismo.

Ahora, me pregunto: ¿De qué nos sirve sacar a Nicolas Maduro si queremos seguir en la misma película?

➜ Sigamos la conversación por mis redes sociales: IG @TheLuisMoros

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