EL VENEZOLANO COLOMBIA | EJE21
Ya sea como como domiciliarios de aplicaciones de envío de comidas en Chapinero, o como vendedores ambulantes en Kennedy, los migrantes venezolanos han modificado el hábitat de Bogotá y sus costumbres, entre otros aspectos de su cotidianidad.
Daniela Ibáñez Angarita, magíster en Hábitat de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), afirma que, por ejemplo, “algunos venezolanos estarían adoptando actividades religiosas como la celebración del día de las velitas y la forma de cantar, y también ya suben a Monserrate para pagar penitencias”.
En su investigación, mediante un diario de campo la magíster indagó en un grupo de 12 inmigrantes venezolanos –entre 23 y 50 años– sobre las evocaciones y los nuevos modos de habitar de este grupo poblacional en Colombia.
“Algunos de los entrevistados mencionaron que han elegido el sector de Chapinero para ser domiciliarios porque algunos conocidos suyos, también domiciliarios que llegaron antes al país, se los recomendaron como un buen sector para trabajar”.
Manifestaron además que quieren comenzar sus estudios o un emprendimiento, o conseguir un trabajo que les permita estabilizarse más en Bogotá, con la claridad de no retornar a su país.
Según la investigadora, “este no es el mismo panorama para los inmigrantes radicados en Kennedy, quienes afrontan una mayor discriminación debido en parte a que esta es una localidad con un estatus socioeconómico más bajo, por lo que sus necesidades se suman a las de los habitantes del sector”.
“En Kennedy se han presentado riñas entre ambas poblaciones: los migrantes y los locales, lo que ocurre, por ejemplo, cuando quieren poner un puesto o una venta en una zona muy transitada”.
“Esta situación motivó la realización de una serie de actividades de integración, pues la idea es lograr una óptima convivencia en una ciudad multicultural como Bogotá”.
“Los venezolanos están transformando el espacio que conocemos y por eso se deben mirar como cohabitantes que merecen respeto y consideración”.
Diario de campo
Entre los 12 participantes había 4 líderes de la comunidad, algunos encargados de ayudar a los inmigrantes que no habían arribado al país –a través de contactos y oportunidades de trabajo en Colombia–, mientras que otros lideraban fundaciones para ayudar a venezolanos y colombianos de muy pocos recursos.
La magíster explica que “como no fue posible reunirnos personalmente debido a la pandemia, ellos llenaban diarios de campo en los que registraban su día a día según cuatro capítulos: identidad, territorio, cotidianidad y proyección, y luego enviaban fotos de estos”.
“En cada uno de ellos queríamos identificar tanto sus rasgos culturales como su cotidianidad, el lugar donde vivían, sus costumbres, actividades económicas y percepciones del territorio, entre otros datos, y además indagar sobre qué cambió en ellos cuando llegaron a Colombia”.
Alrededor de la población venezolana residente en Colombia se han adelantado muchos trabajos además del de la magíster Ibáñez, los cuales deben servir para que se creen políticas públicas y metodologías más amplias que permitan tomar conciencia de la presencia de este grupo poblacional y evitar la estigmatización.