«Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante, restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social. Sean civiles o militares. Las culpas de personas no pueden comprometer a todos, tenemos que ser capaces de reconstruir la unidad de la familia chilena» Patricio Aylwin (*)
En medio de la agitación política que caracteriza a Venezuela, nos encontramos ante una coyuntura crucial que determinará el futuro del país. Las elecciones presidenciales programadas para el 28 de julio plantean dudas sobre la viabilidad del proceso electoral y la disposición del régimen de Maduro a aceptar una eventual derrota.
Sin embargo, más allá de las incertidumbres, es innegable que el pueblo venezolano anhela un cambio significativo después de 25 años de gobierno chavista-madurista.
El análisis indica que, en un escenario semicompetitivo, el candidato de la Unidad, Edmundo González Urrutia, cuenta con un amplio respaldo popular y supera a Nicolás Maduro en las urnas. Esto marca el fin de una era en la que el chavismo-madurismo ha tenido el control no solo del Ejecutivo sino del resto de los poderes públicos, con las graves consecuencias que ello acarrea.
Una gestión que ha sumido al país en la pobreza, que llevó a Venezuela de ser una de las principales economías de Latinoamérica a ocupar los últimos lugares en cualquier índice de la región que se mida; a ser la nación con la mayor migración que se conozca en la historia -casi 25% de la población, según datos de la ONU- sin que medie un conflicto bélico.
El despertar de la esperanza de un pueblo se manifiesta en el gran apoyo a María Corina Machado, quien aboga por los principios de libertad, democracia y Estado de derecho como fundamentos de una nueva Venezuela próspera.
Sin embargo, el madurismo, ante la perspectiva de una derrota electoral, recurre de nuevo a la represión y la intimidación para intentar mantenerse en el poder a través del miedo.
A pesar de estos esfuerzos del régimen para desalentar la participación opositora, los mítines masivos de María Corina Machado, de la semana pasada en las ciudades de Coro y Maracaibo, son el testimonio del respaldo popular hacia una alternativa al madurismo.
Mientras tanto, las precarias movilizaciones del oficialismo reflejan su posición cada vez más desfavorable en términos de apoyo electoral. Porque las elecciones se ganan antes de la votación.
En este contexto, se hace urgente la necesidad de una salida negociada y una transición pacífica del poder. Para ello, Maduro y compañía deben reconocer la voluntad del pueblo venezolano y aceptar los resultados de las urnas. Así como acordar la cohabitación durante 2025 con una Asamblea Nacional que será opositora después del 28 de julio. Esto permitirá negociar la deuda externa, el acceso a los mercados de capital y el financiamiento de la banca multilateral, pasos cruciales para la revitalización económica del país.
De lo contrario, nos enfrentamos al riesgo de una confrontación política que podría sumergir a Venezuela en un estancamiento económico y social aún mayor. Y la sociedad venezolana seguirá resquebrajada, dividida, desintegrada social y geográficamente. Es hora de dejar de lado las diferencias y trabajar por el bien común del país. “El chavismo no es enemigo, es adversario político”, afirmó González Urrutia. Y como opositores, si el pueblo los apoya, tendrán posibilidades de ganar en el futuro otra elección. Lula da Silva se los dijo.
La negociación y el diálogo serán entonces las herramientas clave para construir el futuro democrático y próspero de todos los venezolanos. Es el momento de actuar con decisión y responsabilidad por el bienestar del país y su pueblo, por la estabilidad política que tantos ansían.
En conclusión, Venezuela se encuentra en un momento crítico en el que se vislumbra la posibilidad de un cambio significativo. Las elecciones presidenciales del 28 de julio representan una oportunidad para el país de encaminarse hacia un futuro democrático y próspero. Sin embargo, para lograrlo, es fundamental que todas las partes involucradas, tanto el régimen de Maduro como la oposición, se comprometan con la negociación y un diálogo constructivo.
La voluntad del pueblo es clara: anhela un cambio que ponga fin a décadas de deterioro económico, represión política y sufrimiento humano. Es hora de dejar de lado las divisiones y trabajar juntos en pos de un objetivo común: la reconstrucción de Venezuela.
La comunidad internacional también tiene un papel crucial que desempeñar en este proceso, apoyando los esfuerzos de negociación y contribuyendo a la revitalización económica del país. Solo mediante la colaboración y el compromiso de todas las partes involucradas podremos construir un mejor futuro.
Hay que estar claros: con la negociación gana Venezuela. Es hora de actuar con determinación y visión de futuro para superar los desafíos actuales y abrir el camino hacia una nueva era de democracia, libertad y prosperidad para todos sus ciudadanos.