Colombia y el trato a los migrantes │ Editorial El Espectador

• El coronavirus no pide pasaporte ni se interesa por el estado migratorio: destruye por igual. Nuestra respuesta debe, entonces, construirse desde la empatía, la bondad, la solidaridad y lo colectivo

El Venezolano Colombia | El Espectador

Todo se reduce a una decisión. A cada instante, el “alma” de la nación —ese cúmulo abstracto de principios que supuestamente representan lo que significa Colombia— está en disputa.

La actitud que cada ciudadano toma en cada momento ante fuertes dilemas es lo que, en últimas, define si somos un país guiado por la empatía, la bondad y la solidaridad, o si sucumbimos ante los cantos de sirena del sectarismo, el odio y la utilización del otro como herramienta para no enfrentar nuestras deudas históricas. Tal vez el tema donde más queda en evidencia esta situación es en el trato a los migrantes venezolanos, que huyeron de un régimen dictatorial donde el hambre se ha convertido en la ley.

La xenofobia es atractiva porque es una respuesta fácil. Ante problemas tan complejos como el desempleo, la escasez de recursos, la inseguridad o la incapacidad del Estado para cumplir todas sus promesas, es mucho más sencillo tener una respuesta única que entrar en debates complejos que suelen superarnos como individuos. Si el migrante es la causa de todo lo que está mal, no se hace necesario revaluar nuestro modo de vida, nuestras estructuras políticas o nuestra frágil institucionalidad.

En un mundo cada vez más complejo, donde la incertidumbre hace que el piso de nuestros relatos identitarios desaparezca y la visión del futuro se vuelva nebulosa, nuestros cerebros sienten la tentación de inclinarse por las respuestas fáciles. Por eso elegimos el odio. Por eso se difunde como fuego el discurso que culpa a los migrantes de todo lo que está mal en Colombia. Por eso, en tiempos de crisis, hay quienes piden priorizar a los colombianos por encima de los demás.

Es necesario que insistamos: esos discursos son falsos. Incluso antes del coronavirus estaban basados en mentiras, que se han exacerbado con la propagación de noticias falsas que utilizan a las personas más vulnerables como conejillos de indias para canalizar el resentimiento de las personas. No, los venezolanos no cometen más crímenes que los colombianos. No, los venezolanos no son la causa del desempleo. No, el sistema no va a colapsar por los migrantes.

El nuevo coronavirus nos ha enseñado que necesitamos una nueva conciencia sobre lo que significa ser sociedad. Un enfermo es amenaza para todos; un muerto nos duele a todos. El virus no pide pasaporte ni se interesa por el estado migratorio: destruye por igual. Nuestra respuesta debe, entonces, construirse desde lo colectivo. No hay de otra.

La pregunta sobre qué significa ser colombiano trasciende un hecho particular sobre el espacio de tierra en el que se nació. ¿Ser colombiano es cerrarle la puerta a quien lo necesita, odiar al otro —por más artificial que sea esa categoría— y optar por las soluciones fáciles pero mezquinas? ¿O ser colombiano es unir esfuerzos, profesar y aplicar la empatía, compartir derechos y deberes?

Nosotros le apostamos a recordar lo que alguna vez escribió H. G. Wells: “Nuestra verdadera nacionalidad es la humanidad”.

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