
EL VENEZOLANO COLOMBIA
Cada año, diversos rankings globales revelan cuáles son los pasaportes más poderosos del mundo, es decir, aquellos que permiten a sus ciudadanos ingresar a más países sin necesidad de visa. Encabezan estas listas naciones como Japón, Singapur, Alemania y España, cuyos pasaportes ofrecen acceso sin visa o con visa al llegar a más de 190 países. Estos documentos no solo abren puertas, sino que reflejan una percepción de confianza internacional hacia sus ciudadanos.
En contraste, el pasaporte venezolano se encuentra cada vez más relegado en esos mismos rankings. Actualmente, los venezolanos necesitan visa para ingresar a más de 120 países, incluidos varios de América Latina que hasta hace poco les recibían con brazos abiertos. El deterioro institucional, la crisis migratoria y los discursos políticos han contribuido a una creciente estigmatización del pasaporte venezolano.
A diferencia de los pasaportes “fuertes”, que son símbolos de libertad de movimiento, el pasaporte venezolano se ha convertido en una barrera. No por su diseño o valor documental, sino por las percepciones asociadas al país que representa. Muchos gobiernos han endurecido sus requisitos de entrada para venezolanos, temiendo flujos migratorios masivos o asociando, de forma injusta, migración con problemas sociales.
Esta realidad impacta profundamente a millones de venezolanos que migran de forma legal, buscando empleo, seguridad o reunificación familiar. Son personas que, más allá del pasaporte que portan, tienen derechos humanos que deben ser respetados. Pero a menudo se enfrentan a procesos migratorios complejos, largas entrevistas consulares y sospechas infundadas.
Mientras algunos cruzan fronteras con solo mostrar su pasaporte, otros deben justificar su existencia. Esta desigualdad en la movilidad global es una forma sutil —pero poderosa— de exclusión. Recordarnos que el valor de un pasaporte no debería definir la dignidad de una persona, es un paso necesario hacia una migración más justa y humana.