Migrantes venezolanos en El Paso se acogen solo a su «fe», no a las políticas

◉ Venezolanos, cubanos, haitianos y nicaragüenses en busca de asilo, quienes pueden adelantar el proceso a través de esa herramienta gracias a un programa humanitario del Gobierno del presidente Joe Biden con esos nacionales, se han quejado de las dificultades de esa aplicación

EL VENEZOLANO COLOMBIA | SWISSINFO

 El venezolano Luis Gutiérrez, uno de los cientos de migrantes que están llegando por estos días a El Paso (Texas), dice que no sabe nada del Título 42, una directiva de expulsión expedita de migrantes en la frontera que se prevé dejará de aplicarse en una semana.

Gutiérrez, de 33 años, cuenta que entró de forma ilegal a Estados Unidos por un hueco de 30 por 30 centímetros y aconseja a los que se enfrenten a esta odisea «tener fuerza porque el camino es rudo».

Del Título 42, medida activada por el ahora expresidente Donald Trump (2017-2021) con la excusa de la pandemia en 2020, no sabe nada, ni le interesa. Solo dice tener «fe en Dios» para poder ayudar a sus esposa e hijos que dejó en Venezuela.

«No estamos empapados de nada del título, nada de eso; somos ignorantes de eso. No sé lo que puede pasar cuando termine», dice rodeado de migrantes en El Paso, una ciudad fronteriza con México que declaró el lunes pasado la emergencia ante la llegada masiva de extranjeros.

Gutiérrez duerme por ahora junto con su hermano José y unos amigos en una calle, y cuenta que se tapa con cartones, mientras se cumple su sueño de llegar a Chicago a trabajar.

El venezolano ya había sido expulsado de Estados Unidos en un vuelo que lo llevó a Matamoros (México). Refiere que a él y a otros los esposaron, los engañaron, les dijeron que los iban a llevar en un vuelo a Arizona (EE.UU.) y a buscar a sus familiares, pero acabó de regreso en México.

Pero se devolvió a la frontera y preguntando a otros migrantes llegó al «hueco» y lo atravesó después de esperar dos noches a que la Patrulla Fronteriza se fuera. «Fue muy duro porque la migra no se quita de donde está el hueco», indica.

«México para nosotros fue una travesía difícil. Duramos dos meses y medio caminando, pidiendo aventones, pidiéndole ayuda a la gente», recuerda.

Relata que trató de ingresar de forma legal a Estados Unidos a través de la aplicación móvil CBP One, pero duró tres meses intentando y no pudo acceder.

Venezolanos, cubanos, haitianos y nicaragüenses en busca de asilo, quienes pueden adelantar el proceso a través de esa herramienta gracias a un programa humanitario del Gobierno del presidente Joe Biden con esos nacionales, se han quejado de las dificultades de esa aplicación.

«No pudimos acceder, no pudimos sacar los permisos, cruzamos de manera ilegal», dice Luis Gutiérrez.

Por su parte, su hermano José, de 30 años, dice que ese permiso «no sirve para nada y que «la migra» los devuelve, que el «verdadero» papel que necesita es uno que le permita tener un trabajo para ayudar a su esposa y tres hijas que dejó en Venezuela.

«Muchas personas nos dicen que el permiso que estamos sacando aquí por medio de la aplicación no sirve para nada, que solo la migra los rompe», señala.

Como venezolano, José Gutiérrez tiene la posibilidad de acogerse al alivio humanitario, que además requiere que tenga un patrocinador en Estados Unidos. Sin embargo, el inmigrante no cree en esa posibilidad.

«No tengo apoyo de nadie (…), nadie me ha dado ni un peso para llegar hasta aquí, solo Dios, todo se lo debo a Dios (…). Si me tiene aquí durmiendo (en la calle) es por algo», manifiesta.

Dice además que no sabe mucho del Título 42 y confiesa que vienen con «la ignorancia» sobre las leyes estadounidenses. Se muestra además angustiado de ser expulsado de nuevo, pues es la segunda vez que lo intenta después de una travesía de meses por Latinoamérica.

«Lo más difícil para nosotros fue cruzar México, la selva no. Pasamos siete países (como) ilegales; hasta Estados Unidos lo pasamos ilegal», subraya.

Para Gilbert García, quien también optó por entrar de forma ilegal a EE.U.U., la selva del Darién, en la frontera de Panamá y Colombia, sí fue un suplicio. Señala que no recomienda hacerlo y menos con niños. «Es algo que no se lo deseo a nadie», dice.

Asegura que está feliz de estar ya «de este lado», y que desea trabajar en el campo como lo hizo en su país.

Sin embargo, se siente «confuso», no tiene dinero para llegar a Chicago y tampoco tramitó el permiso humanitario por la aplicación.

«Sí apliqué pero no pude programar cita porque nunca abrió la página (…). Entonces decidí hacerlo por el hueco», se lamentó. 

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