EL VENEZOLANO COLOMBIA | EL NUEVO PAÍS
Desolados y frustrados, cientos de venezolanos que languidecen en la frontera de México lloraron la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos el lunes de mantener las restricciones migratorias en el sur del país norteamericano.
«Es una gran tristeza saber que no podemos pasar», dijo Edward Acevedo, de 41 años, a los pies del muro que separa a la mexicana Ciudad Juárez de la estadounidense El Paso.
«Hemos pasado por la selva, por hambre y frío. Muchas calamidades», agregó el hombre que duerme junto a decenas de compatriotas en un refugio improvisado en la casa de un pastor en Juárez.
«¡Somos seres humanos! ¡Somos de carne y hueso! ¿cómo le explicamos eso a los jueces y a los gobernadores?», irrumpió a su lado Juan Delgado, de 38 años, vistiendo apenas un suéter que mal le protege del despiadado frío de casi 0ºC.
La crisis de Venezuela, gobernada por Nicolás Maduro ha llevado a millones de venezolanos a migrar. En los últimos meses, miles enfrentaron la selva del Darién y atravesaron varios países de Centroamérica en precarias condiciones para tocar a las puertas de Estados Unidos en busca de asilo.
Con el flujo en ascenso, Washington lanzó en octubre un programa humanitario con 24.000 cupos ofrecidos a los venezolanos que se postularan desde su país. En paralelo, y en un intento de cortar la cadena migratoria, Estados Unidos les cerró el acceso por su frontera sur bajo el llamado «Título 42», una medida sanitaria vigente desde 2020 en el marco de la pandemia de covid.
Miles, a mitad de camino, no desistieron. Muchos repiten que volver no es una alternativa.
«El salario en Venezuela son 20 dólares, y con eso compro dos pollos, ¿cómo se puede vivir así? Es miseria», explica Acevedo, que dejó en su país a su esposa e hija.
«La ilusión de salir adelante»
El título 42 que cierra los puertos de entrada a los solicitantes de asilo trastocó la frontera sur de Estados Unidos.
Con la pandemia dando tregua, los flujos migratorios se restablecieron, y quienes buscan asilo aprovechan las brechas que consiguen en el muro que se extiende por más de 3.000 km a lo largo de California, Arizona, Nuevo México y Texas.
La mayoría se entrega a las autoridades fronterizas. A algunos se les permite quedarse para defender su pedido de asilo, pero otros son enviados a sus países o a México debido a la medida que el gobierno de Joe Biden intenta desactivar.
Una decisión judicial había ordenado la expiración del Título 42 a partir del 21 de diciembre, pero este lunes la Corte Suprema lo mantuvo en pie temporalmente, acogiendo un pedido de gobernadores republicanos contrarios a la migración.
La fecha era aguardada con ansias por miles de venezolanos en México.
«Era la ilusión de salir adelante de todos los venezolanos que estamos aquí», dijo Ángel Colmenares, que rompió en llanto al enterarse del fallo.
«¿Por qué no nos dan una oportunidad?», insistió Juan Delgado. «Nos tratan como delincuentes y sólo queremos trabajar».
«Somos los olvidados»
Las condiciones en las cuales los venezolanos subsisten en México sirven de referencia del nivel del desespero. Se calientan en hogueras en basureros, se asean donde y como pueden, y muchos duermen en las calles.
Entre filas de migrantes de varios países que se extienden a las puertas de Estados Unidos y al margen de las frías aguas del Río Grande, los venezolanos se rebuscan vendiendo cobijas, guantes y pedazos de pizza.
Cruzan el río con niños en los hombros y encienden fogatas a cambio de propinas que por día suman más que un mes de trabajo en su país.
Pero después que la noche aprieta, la mayoría se recoge. «La gente de los cárteles nos para», cuenta un venezolano que dice haber perdido así el rastro de compañeros del refugio. «Algunos no vuelven nunca más».
«Y cuando no son los cárteles, son los de la migra, esos son peores», dijo el mismo hombre, que no da su nombre por miedo a represalias.
«Uno denuncia y nada, nosotros somos los olvidados, a nosotros nadie nos quiere. Estorbamos adonde vamos».
Este desespero, dicen algunos, es lo que los motiva a cruzar de forma ilegal en pequeños huecos a lo largo de la reja de casi diez metros de altura en Estados Unidos.
«No nos van a dejar entrar y no puedo esperar más», dijo un venezolano que atravesó un pequeño hueco en el que apenas cabía su cuerpo. «A mi esposa la está matando un tumor, necesito dinero para las medicinas», dijo el joven que se persignó apenas pisó suelo estadounidense.
Otros cuatro venezolanos entraron por los mismos agujeros en un plazo de diez minutos este lunes. Enseguida corrieron hacia El Paso.
Pero otros insisten en querer cruzar de forma legal, y por eso cuestionan el revés judicial.
«Uno anda emigrando con ese sueño, todos tenemos ese sueño de salir adelante», dijo en Ciudad Juárez Manuel Bolívar, de 20 años. «Están jugando con las emociones de los migrantes que hemos luchado para llegar hasta aquí».