Denunciar al régimen, señalar al dictador, promover sanciones, apoyar a la oposición y ser solidario con la migración son parte de la estrategia del gobierno colombiano para la reconstrucción de Venezuela, pero pareciera que todas esas acciones resultan insuficientes para frenar la catástrofe del hermano país.
El “liderazgo” del gobierno colombiano para revertir la crisis venezolana no logra aislar al dictador, ni fortalecer a la oposición y, en pleno contexto de pandemia, Colombia se está convirtiendo en un país tapón en la gestión migratoria.
El informe de la “Misión internacional independiente de determinación de hechos sobre la República Bolivariana de Venezuela” es contundente en materia de violación de Derechos Humanos, y la responsabilidad del régimen chavista ha quedado demostrada. No obstante, la justicia internacional no tiene fórmulas expeditas que permitan la resolución de la crisis venezolana y los instrumentos de la comunidad internacional quedan subordinados al poder de veto de los dos aliados de Maduro en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
La situación en Venezuela es lo que algunos han dado a llamar el “empate catastrófico”, el régimen de Maduro cada vez tiene menos capacidad de maniobra por las sanciones internacionales, pero logra transferir el costo a la población, e incluso endilga con cierto éxito la responsabilidad a la oposición y sus aliados internacionales.
Del otro lado, la oposición es incapaz de resolver las necesidades de los venezolanos, su “éxito” internacional no logra materializar la transición y a sus históricas divisiones se suma la cada vez más grande discrepancia entre los que están en Venezuela y los que están en el exilio.
Mientras tanto la degradación del país se acelera rápidamente, la contracción de 3,7 años en la esperanza de vida de la población, registrada por la ENCOVI, es sólo la punta del iceberg del proceso de involución. No es solamente un empate entre dos facciones, lo peor de todo es que se está consolidando la pauperización como el statu quo, en la que se normaliza la degradación del Estado venezolano y su población.
Quizás es hora de que el Estado colombiano deje de lado su estrategia y asuma un rol más propositivo en la reconstrucción venezolana. La estrategia de denunciar, apoyar y atender sea quedado corta, es momento de replantearla y asumir un papel más activo y asertivo.
Primero, es necesario aceptar que la situación venezolana no es un tema ajeno para Colombia, así como el conflicto armado no lo fue para Venezuela. Tanto demócratas como chavistas siempre entendieron que debían jugar un papel en las negociaciones de paz en Colombia, prácticamente en todos los procesos participó, en uno u otro momento, Caracas. Ahora Colombia no solamente tendrá que jugar un papel similar por la interdependencia con Venezuela, sino porque es de lejos el principal afectado de la crisis. Incluso no se puede pensar en la consolidación de la paz en Colombia sin una resolución de la crisis venezolana, y es necesario comprender que el fenómeno de movilidad humana entre ambos países es un proceso que inició hace más de 50 años y es el resultado tanto del conflicto armado colombiano como de la crisis venezolana.
Segundo, no hay fórmulas mágicas para la resolución de la crisis, la presión internacional, las sanciones y los señalamientos al régimen de Maduro son solamente una parte del proceso, incluso lo más complejo será después de la salida de Nicolás Maduro, existe un alto riesgo del colapso del Estado. Lo único peor que una dictadura violadora de derechos humanos es el colapso de un país. Por ello se debe evitar que en Venezuela se desencadene una guerra civil o una guerra internacional que cause el colapso, y lamentablemente hoy ese es un riesgo. Las salidas rápidas que proponen algunos en Venezuela y Colombia a nombre de la democracia son el camino más rápido al desastre.
Tercero, el papel del Estado colombiano no consiste en tumbar a Maduro y al chavismo, tampoco en apoyar a la oposición, su tarea principal debe ser la reconstrucción democrática de Venezuela, y eso es una cosa diferente. Por ejemplo, en lugar de la diplomacia de la denuncia, el Estado colombiano debería centrarse en promover y liderar un proceso de plena identificación y caracterización de la diáspora venezolana no sólo para proteger y garantizar los derechos de la población en condición de movilidad humana, sino porque cualquier proceso político en el futuro de Venezuela va a requerir que puedan participar los venezolanos que están en el exilio, sin ellos es muy difícil legitimar cualquier alternativa de reconstrucción democrática.
Y teniendo Colombia la mayoría de los venezolanos en el exterior puede jugar un papel real y puntual para la reconstrucción democrática de Venezuela, y le resultaría muy útil para la administración y gestión de la migración, dicho proceso se podría realizar con el acompañamiento de la Unión Europea y la ONU.
Colombia no puede jugar el mismo papel que otros países, ni asumir el discurso de determinados sectores de la oposición venezolana, se hace más por la reconstrucción democrática de Venezuela estructurando los espacios de participación y garantizando los derechos de la migración que llevando denuncias o presentando informes, además ese papel ya lo están haciendo organizaciones internacionales.