EL VENEZOLANO COLOMBIA
«Colombia es un país profundamente racista y fuera del hecho, lo oculta». Con esas palabras describió a Efe la defensora de derechos humanos y afrofeminista Fares Montaño las «realidades opresivas» que atraviesan a la población negra, afro, raizal y palenquera de su país.
Haber nacido en el Pacífico colombiano y en una familia en la que desde pequeña aprendió a ser parte de las luchas de esta población, le permitieron a Montaño crecer con una conciencia étnica y política sobre el racismo estructural.
«El racismo es un acto completamente consciente y en Colombia es estructural, por lo tanto se manifiesta a través de las instituciones y desde las relaciones interpersonales. No es una experiencia que ocurre de vez en cuando», advirtió.
Aunque considera que el racismo no es una experiencia atípica u ocasional, el momento «más doloroso» que recuerda fue en el ámbito laboral cuando trabajaba en el segundo banco más grande de Colombia.
«Sufrí racismo de forma constante porque era la única mujer negra en el área de trabajo y viví sexualización y cosificación. Yo creo que ha sido uno de los periodos más violentos en mi vida», dijo.
A pesar de tener más experiencia que compañeros de su mismo rango, Montaño sintió el peso del estigma y los prejuicios en los actos racistas contra los que todavía sigue luchando.
«Alguna vez una jefa, una mujer blanca, de cabello rubio y ojos verdes me preguntó en una reunión de informe, delante de todas las personas que estaban en esa sala, cómo había comprado los zapatos que yo llevaba puestos», contó.
«Tú como mujer negra te das cuenta que no solo el racismo estructural te hace miserable la vida y más difícil, sino que te pone constantemente a elegir entre hacer una defensa de tu dignidad a través de las vías legales; pero si escoges ese camino te desprotegen porque las instituciones hacen parte de este entramado corrupto que tiene el país», advirtió.
RACISMO: HERRAMIENTA DE OPRESIÓN
Para Montaño, columnista de la revista Vive Afro, el racismo se ha convertido en una herramienta de opresión avalada y perpetuada por el resto de la población en Colombia que «se hace cómplice de este tipo de crimen».
«La gente espera que el racismo solo suceda en países como Estados Unidos porque todos los días asesinan a hombres, mujeres y niños afroamericanos, pero no. En Colombia el asesinato de personas negras es una realidad», señaló al referirse a la muerte de Ánderson Arboleda, un joven afrocolombiano que falleció al parecer por golpes en la cabeza propinados por policías que lo acusaron de violar la cuarentena por el coronavirus en el convulso departamento del Cauca (suroeste).
A eso, subrayó Montaño, hay que sumarle el empobrecimiento sistemático, la falta de acceso a la educación superior, los obstáculos creados para impedir el ingreso al ámbito laboral, la explotación de los recursos naturales de los territorios negros y el discurso negacionista del racismo.
«Al final pienso que no solamente es darse cuenta que eres una persona racista, sino que tienes que hacerte cargo de ese racismo y resolverlo para poder hablar en términos de avance», afirmó Montaño, estudiante de maestría en Narrativas de la Escuela Europea de Artes.
De acuerdo con datos del censo de 2018 del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), en Colombia solo 2.982.224 personas se autoreconocen como negras, afrocolombianas, raizales o palenqueras (NARP).
Los resultados representaron una reducción del 30 % comparado con los números del censo de 2005, cuando esta población llegaba a los 4.311.757 de habitantes.
La comunidad étnica protestó en ese momento y calificó los datos como un «genocidio estadístico», pues ese subregistro poblacional limitaba las opciones para transformar las condiciones en las que vive la población.
«Gran parte del problema de la gente que es racista es hacer ver que sus acciones no tienen ninguna intención y yo pienso que el racismo es premeditado y finalmente es ejecutado sobre las corporalidades de las personas negras», aclaró Montaño.
SIN AVANCES REALES
Colombia suscribió la Convención Internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial y también se acogió a las recomendaciones de la tercera conferencia mundial contra el racismo de 2001 en Sudáfrica.
«Sin embargo, como comunidad no vemos que Colombia como Estado avance en este tipo de políticas. Se necesita un enfoque etnoeducativo para lograr verdaderos resultados a lo largo y ancho del territorio», añadió Montaño.
Las comunidades NARP de Colombia tienen un índice de pobreza multidimensional de 30,6 %, 11.0 puntos porcentuales por encima de la pobreza nacional.
Además, las brechas educativas son persistentes. Solo el 14,3% de la población negra, afrocolombiana, raizal y palenquera del país está en un nivel educativo superior, es decir, que ha ingresado y se ha graduado de la universidad, y solo el 1,8 % tiene estudios de posgrados.
«No es solo el discurso del Gobierno, es el accionar individual el que puede sumar. La educación es un camino viable, esto incluye hablar y enseñar acerca de racismo como víctimas de esta estructura», reflexionó Montaño.
«Sin educación estos crímenes no se pueden combatir», concluyó la lideresa afrofeminista.