Cuatro décadas estudiando la frontera han convertido a esta investigadora, miembro de la Comisión de Vecindad hoy extinta y delegada de paz con el Eln, en una experta. La grave problemática que viven ambos países la llevó a convocar una Convergencia Ciudadana para sanar la relación binacional. Este es su análisis frente a los brotes de xenofobia en el paro nacional.
“Ver la migración como amenaza impide que la aprovechemos como oportunidad”. / Mauricio Alvarado – El Espectador
Socorro Ramírez no se atribuye ningún crédito, aunque otros reconozcan que la más reciente iniciativa para reconstruir la relación entre Colombia y Venezuela es “una idea netamente de ella”.
Se trata de una Convergencia Ciudadana respaldada por 134 universidades, centros de investigación, organizaciones, expertos y otras personalidades de ambas nacionalidades convocadas por esta investigadora, quien lleva cuatro décadas sumergida en el estudio de las fronteras de este país.
Así ha sido desde que a sus 24 años, en 1978, su candidatura a la Presidencia de Colombia no diera frutos. Desde entonces ha analizado a Colombia por todos sus bordes, acumulando años de docencia e investigación en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) de la Universidad Nacional, un sinfín de libros y artículos indexados, además de actuaciones diplomáticas. Fue miembro de la Comisión Presidencial de Integración y Asuntos Fronterizos (Copiaf) Colombo-Venezolana, que funcionó hasta hace cinco años, embajadora de las Naciones Unidas y delegada de paz para los diálogos con el Eln.
El Espectador habló con ella después de que Migración Colombia expulsara a 59 venezolanos hace una semana. Según las autoridades, habrían participado en “actos vandálicos” durante el paro nacional. Este hecho, del que se desprendieron reacciones xenofóbicas, no tuvo el mejor tratamiento por parte del Gobierno que, en palabras de la experta, los sacó y los tiró en el lugar donde le resultó más fácil expulsarlos.
¿Cómo lee usted la situación actual en la frontera entre Colombia y Venezuela?
La problemática se ha agudizado ahora que los dos gobiernos no tienen ninguna comunicación. La parálisis de toda la institucionalidad para la vecindad, la ruptura de relaciones diplomáticas, el cierre de consulados ha dejado en manos de grupos irregulares el manejo de muchos de los flujos que antes constituían una fortaleza para ambos Estados.
Ahora han sido sometidos a la ilegalidad, porque desde que Maduro cerró, en el 2015, la mayoría de pasos fronterizos, los que existen en este momento legalmente son seis a lo largo de 2.219 kilómetros. Son muchas trochas y ríos los que constituyen el área limítrofe. Por ahí llega un éxodo enorme de migrantes venezolanos en varias modalidades. Están quienes vienen a Cúcuta cada día a buscar alimentos o servicios de salud, algún ingreso o la llegada de alguna remesa.
Los que vienen a buscar oportunidades de estudio, salud, trabajo o ingresos mientras se resuelve la crisis. Otra modalidad es la de caminantes que pasan por Colombia tratando de llegar hacia el sur, pero estamos asistiendo a un retorno de muchos, especialmente en Nariño, Cauca y Valle, donde vuelven porque no encuentran posibilidades para legalizar su situación. Y está una problemática adicional, que es el retorno de colombianos con familia binacional.
¿Cómo explica lo ocurrido la semana pasada con el señalamiento a los venezolanos?
Hubo información falsa que alentó en muchos barrios de las ciudades una confrontación que desvirtuaba los propósitos del paro nacional. En algunos barrios que se vieron afectados hay migrantes en dramáticas condiciones de vulnerabilidad que no tienen donde vivir.
Allí, cuando hubo toque de queda, verlos en la calle fue tomado como si fueran una amenaza. Puedo haber algunos que aprovecharon para buscar recursos, productos, en fin. O que hayan recibido algún recurso para actuar o lanzar piedras o población inmigrante que aprovechó la marchas para manifestar su descontento.
Los medios deben ser cuidadosos y el Gobierno debe esclarecer de dónde vino esa campaña de zozobra que criminalizó a personas migrantes, violando acuerdos internacionales sobre Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario que Colombia ha suscrito y debe respetar.
El éxodo desde Venezuela no es un fenómeno transitorio, estamos ante la realidad del país más vecino de Colombia, con el que tiene la más larga frontera, la más amplia articulación y hacia a donde también en muchas ocasiones han salido colombianos desplazados por urgencias económicas o humanitarias.
Esa realidad no se resuelve con sacarlos y tirarlos en el lugar donde se pueda más fácilmente expulsar, eso es agravar su situación y estimular el retorno por una u otro trocha o por uno u otro paso de río y grupos irregulares aprovechan la vulnerabilidad de esas personas.
¿Cuál es su interpretación frente a las reacciones xenofóbicas de algunas personas?
Creo que debe tener varios móviles. Uno es que la situación económica no vincula de la mejor manera a buena parte de la población y hay una disputa por buscar ingresos de manera informal. Eso genera tensión entre personas que están en una situación de vulnerabilidad tan grande como los desplazados internos colombianos y rebuscadores que en la calle tratan de encontrar alternativas como los migrantes.
Aunque creo que la criminalización frente a los venezolanos trae consigo un interés político. Menos mal que para estas elecciones locales hubo un acuerdo en el Congreso entre partidos para evitar usar la xenofobia como elemento electoral, porque eso aumenta la vulnerabilidad de esa población, negarle la hospitalidad que venía predominando en Colombia hace que el país incumpla compromisos internacionales.
Es mirar la migración como amenaza lo que impide que la sociedad y las instituciones aborden estrategias para convertirla en oportunidad. Este es un fenómeno que nunca habíamos vivido: antes Colombia era el país expulsor, hoy es el mayor receptor. En los años 70 y 80 Venezuela vivió la llegada de muchos colombianos, muchos más llegaron en los 90, cuando se agudizó el conflicto armado.
Así que, mínimo por solidaridad y agradecimiento a las posibilidades que recibieron esos colombianos, hoy la actitud tendría que ser diferente, pero hay ese componente de interés en sacarle provecho político a una situación compleja.
¿Eso motivó la creación de la Convergencia Ciudadana Colombia Venezuela?
Sí, estamos ante una agravada problemática social, de seguridad, de parálisis, de nexos positivos que han sido mutuamente ventajosos. Si se tiene en cuenta que la curva demográfica del país empieza a bajar, muchos de los jóvenes que masivamente están llegando para concluir sus estudios o encontrar un trabajo van a ser en unos años la fuerza de trabajo colombiana y su calidad va a depender en buena medida del buen tratamiento que reciban de la formación, de la capacidad de inserción positiva que tenga Colombia.
Lo que no se haga para esa inserción, no solo para la atención humanitaria de emergencia, lo van a canalizar grupos irregulares como ya está ocurriendo. Los dos países están para poder resolver de manera pacífica sus situaciones internas y están abocados necesariamente, por lo menos en esta situación, a fortalecer los nexos positivos. Eso es lo que de alguna manera esta Convergencia Ciudadana Colombia Venezuela ha intentado hacer: unir actores que desarrollan iniciativas para acompañar y ayudar en la asistencia humanitaria, como Dejusticia, el Servicio Jesuita de Refugiados, Cinep, Oxfam y universidades como el Rosario, la Nacional, la Javeriana y los Andes, entre otros.
En los años 90 usted dirigió una investigación con periodistas e historiadores sobre los imaginarios en cada lado de la frontera. ¿Cuál era la idea que tenían los venezolanos y los colombianos entre ellos y cuál es la que tienen ahora?
En ese momento era el tema del litigio territorial. En los 90 estábamos en un momento álgido sobre la delimitación de áreas marinas y submarinas. A estos dos países les ha costado mucho delimitar exactamente por dónde va la raya, como llaman en la frontera a la línea limítrofe. Por fortuna, en el marco de la Comunidad Andina ambos países lograron desarrollar una integración económica muy fuerte y pensaron hasta construir zonas de integración fronteriza.
En este momento, el imaginario colombiano está concentrado en la crisis que vive Venezuela, su economía está destruida, así como su infraestructura vial, social, industrialización, incluso en el retroceso en la producción de petróleo, sus problemas de polarización y división interna y de incapacidad de reconstruir el país de manera pacífica. Desde el lado venezolano la percepción órbita alrededor de la dificultad de Colombia para implementar el Acuerdo de Paz y lograr concluir una negociación que ponga fin al conflicto armado con la otra guerrilla que ahora actúa también y más fuertemente en Venezuela.
¿Por qué es importante sanar la relación binacional?
En el primer evento Binacional de la Convergencia, realizado a principio de noviembre, las cámaras de comercio de Colombia y Venezuela reportaron que el comercio legal de ambas naciones era tal que en un momento se registraron hasta US$8.000 millones. Hoy ese comercio se destruyó y los intercambios los manejan grupos irregulares. Es decir, los dos países se están causando un daño mutuo, porque la frontera colombo-venezolana es sobre todo integración.
Es una de las fronteras más vivas en el sentido en que una buena cantidad de poblaciones indígenas estaban antes de la delimitación de territorial de los dos países. Por ejemplo, los wayuus son una población binacional, pues cada país constituye el 20 % de sus habitantes. Son nómadas, por eso todo wayuu debe recorrer en su vida el territorio. Al igual que ellos está el pueblo yukpa en la Serranía del Perijá y otras comunidades afectadas por la explotación irregular en el arco minero del Orinoco, en Venezuela.
Fuente: El Espectador