
EL VENEZOLANO COLOMBIA
Cientos de venezolanos, agobiados por la incertidumbre y las políticas migratorias, emprenden un arriesgado viaje de retorno desde Panamá hacia su país natal. A bordo de frágiles embarcaciones, enfrentan mares turbulentos y amenazas de grupos criminales, todo por cumplir con lo que las autoridades estadounidenses denominan “autodeportación”.
Este fenómeno, impulsado por la falta de opciones y la hostilidad de los gobiernos, revela la dramática situación de quienes, tras huir de la crisis venezolana, ahora deben regresar a un futuro incierto.
Un viaje de desesperación
Decenas de familias venezolanas, con sus pertenencias en bolsas improvisadas, abordan botes en la costa panameña rumbo a Colombia, el paso previo a Venezuela. Huyen de la pobreza extrema y de un sistema migratorio que les cierra las puertas.
“Es un sueño roto”, confesó Junior Sulbarán, quien, junto a su esposa e hija, recorrió miles de kilómetros desde Chile hasta México, atravesando la temida selva del Darién, solo para enfrentarse ahora a un retorno igual de peligroso.
Barreras para el regreso
El camino de vuelta no es sencillo. Muchos migrantes carecen de documentos válidos, y los consulados venezolanos, escasos y poco accesibles, complican la obtención de nuevos permisos. En México, la demanda de vuelos a Caracas es abrumadora, mientras que en Texas los autobuses hacia el sur están repletos.
En Panamá, los muelles de Colón se han convertido en un punto clave para operadores que cobran sumas exorbitantes por pasajes en embarcaciones precarias, desafiando las restricciones impuestas al paso del Darién.
Peligros en alta mar
La travesía marítima, que recorre más de 320 kilómetros por el Caribe, está llena de riesgos. Las embarcaciones, a menudo en mal estado, enfrentan oleajes impredecibles. En febrero, un accidente dejó un saldo trágico: un niño de 8 años falleció y 20 personas fueron rescatadas tras el naufragio de su bote.
Otro incidente, en mayo, puso en vilo a los pasajeros cuando una hélice chocó contra un arrecife cerca de la isla de El Porvenir, dejando al grupo varado bajo un sol abrasador hasta que llegó ayuda.
La sombra del crimen organizado
El destino final, un remoto pueblo colombiano cerca de la frontera venezolana, está controlado por grupos criminales. Los migrantes, conscientes de los peligros, deben pagar precios exorbitantes por necesidades básicas como agua, comida o un lugar para descansar. Juanita Goebertus, de Human Rights Watch, advierte que estas zonas son un caldo de cultivo para la explotación, donde los viajeros son víctimas de extorsión y violencia, atrapados en un entorno hostil sin más opción que seguir adelante.
Un futuro incierto
Tras días de travesía, los migrantes llegan a lugares como Puerto Obaldía, un pueblo aislado sin carreteras ni infraestructura. Allí, enfrentan un nuevo desafío: reintegrarse a una Venezuela en crisis, donde el gobierno ve con recelo a quienes intentaron buscar una vida mejor en el exterior. Para muchos, este retorno no es un alivio, sino el inicio de otra lucha por la supervivencia en un país devastado.
Conclusión
La “autodeportación” de los venezolanos refleja una crisis humanitaria silenciada, donde la desesperación y la falta de opciones empujan a familias a arriesgar sus vidas en un viaje de retorno tan peligroso como su huida inicial.