La cuarentena para la mayoría significa quedarse en casa mujeres y hombres casados o no casados, y esa convivencia inusual está resultando en una pandemia social inesperada: la violencia contra la mujer. La razón es que muchos cónyuges se han visto obligados a trabajar en casa donde la productividad no es la misma ya sea porque el tablero del ordenador y la pantalla son más pequeños o porque la sicología de la oficina es imposible de reproducir, y en vilo está la seguridad de ese empleo en medio de los afanes de contagio.
El núcleo familiar se ve afectado a menudo por niños o jóvenes inquietos y cónyuges impacientes ante la incertidumbre de cuanto ha de durar la cuarentena amén del estrés causado por el virus y difundido por los medios; mercados y farmacias también modificados en su manera de trabajar.
A. Taub, NYT, escribe que “la información asociada con la violencia de género se está dando como una ‘infección oportunista’ resultado de la pandemia.” M. Hester, socióloga de la U. de Bristol, que estudia esa violencia señala que las medidas adoptadas para controlar el virus son las principales causas de la emergente violencia de género que de todas maneras aumenta cuando las familias se juntan en la Navidad o las vacaciones.
El domingo 12 de abril el Secretario General de la ONU, António Guterrez, propone por twiter que todos los gobiernos prioricen el respeto a la mujer a tiempo que la gente pervive una cuarentena mundial en la que las líneas telefónicas de emergencia están repletas de llamadas de mujeres en pos de socorro que las autoridades no están respondiendo porque no las esperaban.
De allí que improvisen. El envalentonamiento de los hombres resulta en actos eminentemente terroristas contra esposas-madres, hermanas, parientes cohabitantes e incluso niñas. Un problema es que el daño hecho en marzo y abril perdura inmisericordemente… y las autoridades hacen lo que pueden. No es fácil pero tampoco debe ser imposible, y mucho depende de que la información de abuso y vejamen se dé a conocer. Imposible trabajar en lo que no se sabe y registra.
Lo que se haga ha de ser traumático para los protagonistas y sus familiares que quedan afectados de por vida, lo que la ceguera masculina por lo general no toma en cuenta por la sicosis de bronca y molestia que engendra el encierro de cuarentena a todas luces dictaminado por la pandemia que por desgracia es probable que no se levante hasta la primavera e incluso el verano meridional, o el otoño y/o invierno del septentrión. La lucha contra el “terrorismo de intimidad,” términos que vienen queriendo reemplazar a la “violencia de género,” debe ser incansable.
El gobierno de Italia, el país más golpeado por la pandemia, recientemente autorizó el gasto de 30 millones de euros para prevenir la violencia contra la mujer. Según Bloomberg, 9 de abril, el profesor P. Collingnon, Escuela de Medicina de la Universidad Nacional de Australia, dijo que la pandemia permanecería “por lo menos dos años.
”Así, habría que tomar a pie juntillas los efectos de salud mental y desasosiego moral, amén de violencia física y daño a la sociedad, que el “terrorismo de intimidad” vaya a tener en el tejido socio-familiar agobiado por la secuela de muertes, quiebras, anarquía esporádica, delincuencia y pugnas sectoriales que acaso no logren avenirse ni con ellas mismas.
Como dice el proverbio chino muy anterior al régimen de Mao: ”gobierne usted una familia como si estuviese friendo un pez pequeño: muy gentilmente.”