Rafael, Rebeca y los tres hijos de ella fruto de dos relaciones anteriores llevaban una vida relativamente tranquila en una ciudad del estado norteño de Falcón, en Venezuela.
A partir de 2015, con el creciente deterioro de la seguridad pública en el país, la familia comenzó a sufrir agresiones y amenazas de varios familiares y de un abogado que querían desalojarlos de su vivienda mediante títulos falsos de propiedad. En octubre de 2017, un grupo de desconocidos falseó el portón del domicilio, de unos 150 kilos, que aplastó a Rafael y lo dejó postrado en una silla de ruedas.
“Tardaron cuatro días en operarle, ya que tuve que viajar al estado de Zulia para comprar la anestesia para la operación. Y, para que la ambulancia lo trasladara al hospital, el conductor me pidió que comprara aceite para el motor o el vehículo no podría ni arrancar”, recuerda Rebeca con lágrimas en los ojos.
Los planes de boda por la iglesia y el sueño de tener un hijo en común quedaron truncados. Durante dos años, además, siguieron sufriendo agresiones por parte de los mismos familiares y abogado. Rebeca, Rafael y sus tres hijos Lourdes (17), José (18) y Ulises (20) se desplazaron por varias localidades del estado para huir de las constantes amenazas de muerte y del trauma del secuestro de dos de sus hijos durante 16 horas el 24 de julio de 2015 a manos de allegados del mismo abogado, así como de un intento de atropello.
“No importa cuán duras sean las circunstancias, hay que luchar, no rendirse jamás”
Ante la violencia e inseguridad, la falta de alimentos, medicinas y servicios esenciales que afectan a millones de venezolanos en su vida diaria y el desamparo por parte de las autoridades, en octubre de 2018 Rebeca se vio obligada a huir del país. Con apenas USD 100 en efectivo y su pasaporte, hizo dos pequeñas maletas y corrió a la terminal de buses, de donde solo le dio tiempo a despedirse de su hijo mayor.
La travesía por Colombia y Ecuador en distintas camionetas y buses le tomó cuatro días, en los que apenas pudo beber agua y comer unas pocas galletas. Su intención era llegar a Chile, donde tiene unos familiares, pero el dinero se le acabó en Ecuador y logró llegar a Quito, acogida por una amiga ecuatoriana.
Los cinco miembros de la familia junto a la perrita Bonnie, en el cuarto que tienen alquilado en un barrio del norte de Quito. © ACNUR/Misha Vallejo
En un barrio popular del norte de Quito, encontró varios empleos esporádicos, hasta que la llamaron para trabajar en una clínica como enfermera, la profesión que ejercía en Venezuela, donde ha logrado un empleo estable gracias a su título certificado.
En febrero de 2019, una vez Rebeca había logrado cierta estabilidad económica y ahorrado para pagarle los boletos, Rafael salió en bus por una ruta parecida a la que siguió Rebeca y llegó a la frontera de Ecuador tres días después.
“Las autoridades ecuatorianas me dieron un trato muy amable e incluso me ayudaron a cruzar el puente internacional de Rumichaca”, afirma Rafael. Una semana después, se trasladaron al albergue del Servicio Jesuita para Refugiados, en el que vivieron tres meses. Se unían así a los más de 4,5 millones de venezolanos que han salido de su país en los últimos años, una cifra que podría aumentar en dos millones más a finales de 2020, según las últimas proyecciones de la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela.
“Es muchísimo lo que podemos contribuir a la sociedad ecuatoriana con nuestro trabajo”
Rafael enfrenta los obstáculos de su discapacidad con una actitud optimista y de lucha constante. Tras más de 394 sesiones de terapia en Venezuela, logró estirar unos segundos la pierna derecha. “Parte de la discapacidad está en tu mente y, no importa cuán duras sean las circunstancias, hay que luchar, no rendirse jamás”.
El vestido de novia de Rebeca que su hija Lourdes le trajo de Venezuela y que todavía no ha podido lucir. © ACNUR/Misha Vallejo
Con los modestos ingresos que obtiene de su trabajo de ecógrafo en una asociación médica en el mismo barrio en el que reside, los de Rebeca y el apoyo de HIAS, uno de los socios del ACNUR en Ecuador, logran pagar el arriendo y cubrir las necesidades más básicas. Pronto homologará su certificado de discapacidad de Venezuela, lo que le permitirá retomar las sesiones de rehabilitación. Aunque antes deberá encontrar una solución para la silla de ruedas, ya muy dañada: “Esta silla, el pañuelo y la corbata del traje que compré para la boda que nunca llegamos a celebrar es lo único de valor que me pude traer de Venezuela”, comenta Rafael con su habitual sonrisa.
“Nos sentimos muy seguros en Ecuador”
Lourdes, José y Ulisses alcanzaron a sus padres un año después, tras vivir solos casi siete meses. En 18 agosto de 2019, se reencontraron con Rebeca en Tulcán, después de cinco días de viaje en bus desde Venezuela. “El tiempo se hizo eterno. Llegaron a Ecuador con casi 13 kilos menos cada uno y tras sufrir una estafa de 600 USD con boletos de buses falsos”, cuenta Rebeca. Ahora Lourdes ya tiene su título de bachiller y su deseo es estudiar pediatría. En cuanto a Ulisses y José, buscan apoyo para su proyecto de emprendimiento para venta de comida vegetariana.
“De todas formas, lo más importante es que nos sentimos muy seguros en Ecuador. Y, junto a ello, la seguridad de poder acceder a los alimentos. Además, en comparación a otros venezolanos, tenemos una situación más estable”, explica Rafael con el asentimiento de los tres hijos.
El sueño de Rafael y Rebeca en 2020 es poder materializar su emprendimiento y crear un consultorio en el que volver a trabajar juntos, como ya hicieron en Venezuela. “Hemos recibido mucho apoyo en Ecuador; ahora necesitamos un crédito para emprendimiento. Es muchísimo lo que podemos contribuir a la sociedad ecuatoriana con nuestro trabajo”, explica Rafael, mientras se despide con el cachorro Bonnie en su regazo.
Con información de Acnur
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