Cúcuta: El silencio de una crisis migratoria que no cesa

◉ En el paso fronterizo de Cúcuta hacia Venezuela se encuentran dos flujos migratorios: uno de entrada y uno de salida. Los trabajadores humanitarios aseguran que no hay capacidad para atender a las personas y que, si llega a darse un nuevo escenario de migración masiva, las consecuencias de no tener cooperación internacional humanitaria pueden ser devastadoras

EL VENEZOLANO COLOMBIA

En la frontera entre Cúcuta y Venezuela, el flujo migratorio venezolano persiste como un eco constante, aunque menos visible que en años pasados. Lejos de las imágenes de multitudes abarrotando el Puente Internacional Simón Bolívar, hoy se gesta una “emergencia silenciosa”. Los recursos escasean, los refugios han cerrado y la ayuda internacional se ha desvanecido.

Se explora las dificultades que enfrentan los migrantes en esta región, el impacto de la reducción de apoyo humanitario y las nuevas dinámicas migratorias que marcan el rumbo de miles de venezolanos en 2025.

Una migración que no descansa

El éxodo venezolano no se detiene. Aunque el volumen de personas cruzando la frontera ha disminuido, el goteo constante de migrantes sigue siendo una realidad palpable. En los primeros meses de 2025, Migración Colombia reportó un incremento del 41 % en el tránsito de venezolanos, muchos huyendo de la inestabilidad económica y política de su país.

Sin embargo, la atención hacia esta crisis se ha desdibujado. Los refugios, que antes ofrecían alivio a los caminantes, han reducido drásticamente su capacidad. De los 20 albergues que operaban entre Cúcuta y Bucaramanga, solo tres persisten, dejando a los migrantes en una vulnerabilidad extrema.

El abandono de la ayuda internacional

La cooperación internacional, pilar fundamental para los migrantes en años anteriores, ha menguado significativamente. Organizaciones que antes brindaban alimentos, alojamiento y transporte han abandonado la zona, reorientando sus esfuerzos hacia otras crisis globales, como el conflicto en Ucrania. Ronald Vergara, un migrante venezolano que lidera el refugio Hermanos Caminantes, recuerda el impacto de esta retirada:

“De un día para otro, los cooperantes se fueron. Nos quedamos solos”. Su albergue, ubicado a 49 kilómetros del Puente Simón Bolívar, apenas puede asistir a 20 personas al día, una fracción de las 200 que atendía anteriormente.

Nuevas rutas, nuevos desafíos

El cambio en las rutas migratorias ha transformado el panorama en Cúcuta. Mientras que antes los venezolanos se dirigían al sur, hacia ciudades como Bogotá o países como Perú y Chile, en los últimos años muchos han optado por la peligrosa travesía del Darién rumbo a Estados Unidos. Este giro ha reducido el flujo hacia el sur, pero ha generado un nuevo fenómeno: el retorno.

Miles de venezolanos, algunos deportados desde Estados Unidos, regresan a su país enfrentando las mismas carencias que quienes salen. Este flujo bidireccional complica aún más la labor de los pocos voluntarios que permanecen en la frontera.

La sombra de las políticas globales

La llegada de Donald Trump al poder en enero de 2025 marcó un punto de inflexión. La disolución de Usaid, que financiaba el 42 % de la ayuda humanitaria global, dejó a Cúcuta sin recursos esenciales. Los cortes en los fondos estadounidenses paralizaron servicios básicos como alimentación y transporte para migrantes. César García, director de Aid for Aids en Cúcuta, lamenta la situación:

“Seguimos viendo la emergencia, pero no tenemos cómo responder”. Su fundación, ubicada junto al Puente Simón Bolívar, ahora solo ofrece agua y exámenes médicos básicos, un contraste con los servicios integrales de antaño.

Historias de resiliencia en la ruta

En medio de la desatención, las historias de los migrantes reflejan una lucha incansable. Familias como la de Kleiver Díaz, que retorna desde Argentina, enfrentan robos y penurias en su camino de regreso a Venezuela. Con tres niños y un perro, caminan exhaustos por la carretera 70, dependiendo de kits de ayuda esporádicos para sobrevivir.

A pesar de las adversidades, su determinación por reunirse con sus seres queridos en Guacara, Carabobo, los impulsa a seguir. Estas historias subrayan la urgencia de una respuesta humanitaria que, por ahora, permanece ausente.

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