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“En política exterior, Trump es libre de intentar rehacer el mundo, y Estados Unidos podría sufrir una desastrosa pérdida de influencia a manos de China y Rusia antes de que alguien pueda detenerlo”.The Economist
Las transformaciones geopolíticas, después de la Segunda Guerra Mundial, solían gestarse a fuego lento, con negociaciones interminables y un complejo juego de presiones y contrapesos. Sin embargo, en apenas una semana, la relación entre Estados Unidos, Rusia y Europa ha cambiado de forma tan abrupta que el equilibrio del poder global podría reconfigurarse para las próximas décadas.
Lo que comenzó con una llamada entre Donald Trump y Vladimir Putin, el pasado 12 de febrero, ha desembocado en una negociación en Riad que ha dejado en el aire la estabilidad de Europa y el destino de Ucrania.
El mensaje de Washington ha sido inequívoco: la prioridad ya no es contener a Rusia, sino restablecer una relación pragmática con el gobierno de ese país. La rehabilitación de Putin en la escena internacional ha sido rápida y sin concesiones.
Tras tres años de aislamiento por la invasión a Ucrania, el Kremlin vuelve a la mesa de negociación sin haber retrocedido un solo centímetro en el terreno ocupado. Más aún, las señales provenientes de la Casa Blanca apuntan a que el apoyo incondicional a Kiev ha terminado.
Además, la entrada de Ucrania a la OTAN ha sido descartada, la financiación militar estadounidense ha sido reducida drásticamente y la paz pareciera estar sujeta a la premisa de que Kiev deberá ceder territorio.
Al encuentro en Riad asistieron, por parte de la administración estadounidense, el secretario de Estado, Marco Rubio; el director del Consejo de Seguridad Nacional, Mike Walz, y el enviado especial para Medio Oriente, Steve Witkoff; y en representación del Kremlin el ministro de Exteriores Serguéi Lavrov y los asesores de Vladimir Putin, Yuri Ushakov y Kiril Dmítriev.
No hubo nadie del gobierno de Ucrania ni de sus aliados europeos, lo que de cierta manera consolida esta nueva realidad. Algo que en otro momento habría parecido impensable —la exclusión de Europa en la resolución de un conflicto en su propio territorio— es ahora un hecho consumado.
La Casa Blanca otorga importantes concesiones a Putin sin exigir garantías tangibles a cambio. Si la meta es alcanzar una paz negociada, la ejecución resulta, en el mejor de los casos, errática y, en el peor, una rendición estratégica.
El impacto ha sido inmediato. Europa, que durante ocho décadas se ha apoyado en la seguridad proporcionada por Estados Unidos, ahora se encuentra en una encrucijada.
En la Conferencia de Seguridad de Múnich, dos días después de la llamada entre Trump y Putin, el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, dejó claro que Washington espera que Europa aprenda a defenderse por sí sola.
Francia y Alemania han comenzado a discutir un refuerzo militar conjunto, conscientes de que la era del paraguas de seguridad estadounidense está llegando a su fin. En Bruselas, el temor no es solo el debilitamiento de la OTAN, sino su irrelevancia en un futuro donde Estados Unidos y Rusia podrían redefinir las reglas sin contar con el Viejo Continente.
Mientras tanto, Ucrania se encuentra ante una encrucijada inaceptable: optar por un acuerdo desfavorable o prolongar el conflicto con la esperanza de que un cambio en la dinámica internacional rompa su aislamiento diplomático. La primera opción significaría una derrota estratégica, mientras que la segunda implicaría el riesgo de una escalada.
Moscú, con una diplomacia afinada tras décadas de confrontación con Occidente, ha sabido aprovechar la coyuntura. En contraste con el equipo de Trump, formado por negociadores con escaso margen de maniobra, el Kremlin ha logrado avanzar con base en sus intereses sin ceder nada a cambio.
El riesgo de esta estrategia no reside únicamente en lo que implica para Ucrania, sino también en el precedente que establece para otros actores en el escenario global.
Si Washington se doblega ante Moscú sin asegurar compromisos ni concesiones, ¿qué evitará que China adopte una postura más agresiva respecto a Taiwán? ¿Qué mensaje se transmite a Irán o a Corea del Norte sobre la efectividad de la presión militar?
El equilibrio de poder se fundamenta en la credibilidad y la coherencia, y en este caso, Estados Unidos ha comprometido ambas.
Rusia ha tomado la delantera en la primera ronda. Queda por ver si Washington se da cuenta a tiempo, antes de que Moscú consolide completamente su posición. Solo detendrá la invasión si se llega a un acuerdo favorable que incluya la reducción de la presencia militar de la OTAN en Europa, concesiones territoriales por parte de Ucrania y el cese del apoyo militar occidental a Kiev.
Un mundo en el que las potencias no garantizan la seguridad de sus aliados sobre la base de derechos y normas no es únicamente más peligroso, sino que también significa que el orden global, tal como lo conocemos, se reconfigura sin que Occidente disponga de la última palabra.