Corría el año 1994, mi padre había pasado años trabajando en la banca y en la industria privada, su venta de acciones de una planta y procesadora de papas —que posteriormente adquiriría PEPSICO— le había dado el capital suficiente para montar un negocio y pensó en materializar finalmente una de sus mayores aficiones: la radiodifusión. Fue así como nació Éxtasis 97.7 FM.
Mi padre no nació en cuna de oro, mi abuelo fue un campesino sin educación —eso sí, muy inteligente—, que a golpe de machete se fue construyendo una finquita en el Sur del Lago, en el estado de Zulia. Papá fue el quinto de nueve hermanos, no había demasiado dinero, así que pasó parte de su niñez entre un internado y una finca, sin embargo, no le faltaron educación ni valores y poco a poco se fue abriendo su espacio en el mundo.
Como muchos campesinos de la época mi abuelo salió adelante y su familia también; poco a poco esa pequeña finca, bien administrada, fue creciendo y generando dinero y oportunidades para toda la familia. Mi papá fue a la Universidad de los Andes (ULA) y se graduó en Administración, después trabajó un par de años, ahorró, y se fue a Estados Unidos, donde hizo un MBA en Nova University (Florida) para después regresar a Venezuela a iniciar el ciclo que conté en el primer párrafo de este escrito.
La educación y el trabajo de toda la vida le permitieron montar esa estación de radio: su primer y último gran negocio, pues luego, gracias al capital que generó la estación, pudo incursionar en diferentes actividades privadas, pero ninguna tan exitosa como Éxtasis 97.7.
Desde que tengo uso de razón me vi envuelto en un ambiente de medios de comunicación; a esa estación de radio le siguieron tres más que mi papá abrió en otras partes del país, junto a un canal de televisión local en el que me involucré desde muy temprano. A mis 12 años yo ya sabía operar el máster de la radio, manejar cámaras de televisión profesional, operar el máster de video, producir programas de radio, entre otras habilidades más, debido a que mi papá prácticamente no me daba dinero si yo “no trabajaba”.
Claro que mi “trabajo” era más que todo un hobby, puesto que me gustaba operar las consolas de la radio y la televisión, hacer grabaciones e involucrarme en todo lo que implica el mundo de las comunicaciones.
Pero en el año 2009 mi papá tuvo que enfrentar el primer gran revés que le propinó el chavismo: su socio del canal de televisión realizó una junta de accionistas falsa en la que, sin quorum, removió a mi padre de la junta directiva. En los últimos años ese sujeto había estado tejiendo contactos con el chavismo y, con la justicia amañada, logró quedarse con la concesión del canal de televisión y con una buena parte de los equipos; nosotros, por nuestra parte, solo pudimos quedarnos con el resto de los equipos en un “arreglo judicial” que yo terminé apurando porque a mi padre aquella estafa le estaba afectando su salud.
En los años siguientes todos saben lo que ocurrió en Venezuela, la situación económica y política se tornó cada vez más trágica en el país: los negocios cerraban, cada vez eran menos las empresas que podían permitirse costear publicidad o tan solo subsistir. Las calles de nuestra ciudad natal (San Cristóbal) año tras año parecían más solitarias, vacías y miserables; ese lugar, tan mágico, vivo y pujante por décadas, de pronto comenzó a convertirse en un cementerio de esperanzas, en un puente de migrantes y sueños frustrados.
Mi padre siempre ha sido un hombre sumamente entusiasta y terco, su fe en Dios lo ha ayudado a sobrellevar los malos momentos, aunque muchas veces, a mí parecer, abusa de la fe y reniega del racionalismo. Esta condición, virtud, defecto o como le quieran llamar, lo ayudó a navegar en las olas de una nación cada vez más corroída por la desesperanza y a seguir intentando apostar —fallidamente— por Venezuela: la inversión para un restaurante fracasó, unos terrenos para construcción quedaron paralizados por falta de capital, de las otras radios debió deshacerse y un intento por reabrir el canal de televisión tras el robo de su socio tampoco fue el más fructífero. Cada capital que mi padre tuvo lo reinvirtió en Venezuela porque, pese a las adversidades, nunca perdió la fe en que el chavismo saldría del poder y sus negocios se revalorizarían. Hoy, 24 años después, prácticamente todo su capital se ha extinguido o, mejor dicho, Maduro y la “revolución” se lo han robado.
El último golpe que recibió mi familia ocurrió cuando el pasado viernes 21 de julio del 2023 una comisión de burócratas chavistas llegó a la emisora de mi padre y le anunció que Éxtasis 97.7 FM no podía seguir operando y debía apagar sus equipos, para acabar así con la única empresa que quedaba de mi padre, con su único medio de subsistencia, con su pasión, con su entretenimiento y, de cierta forma, con su otro “hijo”, el único que había logrado resistir los embates del socialismo y que se había mantenido en pie para devolverle a mi padre los frutos del trabajo de toda su vida.
Fue así como, en cuestión de segundos, el chavismo apagó la señal de una estación de radio que se mantuvo operativa y al aire durante 29 años, durante 348 meses, durante más de 10 mil días, y terminó de destrozar lo poco que le quedaba a mi padre y lo que hasta hoy en día era, asimismo, el generador de empleo de unas 20 familias.
Durante las casi tres décadas que Éxtasis 97.7 FM se mantuvo en pie, no solo alimentó a mi familia, sino que también generó miles de empleos; creó alianzas con instituciones educativas y médicas para brindar servicios, educar y atender a personas de escasos recursos, abrió las puertas a miles de empresas que anunciaron sus productos y servicios en la estación, llevó información, entretenimiento y eventos deportivos a aproximadamente medio millón de tachirenses y se convirtió en un ícono de nuestra ciudad y estado. Hoy, todos esos sueños, todas esas iniciativas, todo ese trabajo, ha sido clausurado por una feroz dictadura que lleva más de dos décadas destruyendo la vida de millones de venezolanos con la complicidad de buena parte de la comunidad internacional.
En pocos días, mi madre, que Dios la tenga en su gloria, cumplirá dos años de fallecida; a ella se la llevó un cáncer con apenas 56 años de edad, todavía joven, hermosa, aunque ya su alegría había sido robada por el chavismo. Cuando sus hijos y su nieta debieron partir de Venezuela debido a la terrible situación política y económica que se estaba viviendo y a la falta de oportunidades y de un futuro cierto, mi mamá no pudo soportarlo. Su estilo de vida había cambiado drásticamente en la última década: algunas de sus amistades se habían ido, ya no era posible costear sus pasatiempos y, para colmo, sus hijos y nieta ya no estaban cerca, hecho que la sumió en una profunda depresión que terminaría manifestándose en un cáncer que la destrozaría en apenas un año.
Mucha gente desconoce nuestra historia, muchos se preguntan las razones por las que me opongo tan férreamente al socialismo, a los gobiernos de izquierda en la región; quizás este escrito sirva para abrirles los ojos.
El chavismo destruyó por completo a mi familia, acabó con la salud y la vida de mi madre y, por si no fuera suficiente para ellos, ahora acaban de robarse la última empresa, el último entretenimiento, afición y medio de subsistencia de mi padre, de un hombre viudo de 70 años de edad. Si esto no le dice algo de la crueldad de estos regímenes que hoy se expanden por nuestra regiónn entonces usted también es una causa perdida.
Mis hermanos y yo nos haremos cargo de mi padre porque la vida no nos alcanzará para regresarle todo lo que nos dio, pero esta injusticia no hay forma de saldarla.