A veces pareciera que nada ocurre. La situación se deteriora día a día y es como si a nadie le importa, como si el espíritu de la resignación se hubiera incrustado a todo lo largo y ancho de nuestro país.
Sin embargo, hay que estar alerta. El silencio puede ser más disiente que las exclamaciones. El malestar se puede convertir en un río subterráneo que en el momento menos pensado se desborde.
Todo lo que ocurre en el país se transmite a ese subsuelo que nadie ve. Y la inflación galopante, la pérdida de valor de la moneda de referencia, los cada vez más frecuentes apagones, la incapacidad de resolver la crisis humanitaria, calan en lo hondo y, de pronto, un día cualquiera, por alguna razón que nadie prevé, surge el ruido ensordecedor de la protesta que dice ya basta.
Si no hay cambios reales que tengan impacto positivo en esa población supuestamente sumisa, podría ocurrir algo que será difícil de contener, la explosión de la rabia contenida ante tanta injusticia.