El oprobio de la migración | Por Carlos Tobar

➦ El autor es periodista y columnista

Las escenas de los migrantes deportados desde la frontera sur de los Estados Unidos de América son indignantes. Tratados como delincuentes comunes no solo son vejados por las autoridades de la guardia fronteriza, esposándolos, confinándolos en habitáculos inadecuados, sin alimentación suficiente, separados de sus hijos, deportados…, sino que les niegan el ingreso a una sociedad desarrollada con oportunidades de trabajo, así no sean en las mejores condiciones.

Porque el trasfondo de esa aventura migratoria es la ausencia de oportunidades en los países de Latinoamérica y el Caribe. Esos países, considerados desde finales del siglo XIX como el traspatio de la potencia imperial del norte, donde las políticas de “libre comercio” que salieron triunfantes de las dos guerras mundiales de reparto, definieron el futuro de nuestros países.

Desde esa época en la división internacional del trabajo, a nuestros países se les reservó el papel de suministro de materias primas y el de mercados extensos para las manufacturas, servicios y capitales de las potencias económicas, especialmente la norteamericana.

Los desarrollos en la industria, la agricultura y los servicios fueron siempre raquíticos. Los que nos permitieron. Los que nunca peleamos con la dignidad que exigía la soberanía nacional. Porque nuestras élites semicoloniales ajustaron sus mezquinos intereses de minorías, al de ser socios minusválidos del gran capital.

Así, han feriado riquezas naturales y mercados internos. Han permitido no solo el saqueo de minerales estratégicos vitales en la industria moderna, de materias primas agropecuarias y, sobre todo de la explotación del mercado interno por bienes y servicios de producción extranjera a través de la inversión directa del gran capital financiero en actividades de comercialización y producción.

Sin el manejo interno de nuestros mercados, de una manera autónoma y soberana, es imposible garantizar el desarrollo económico propio y el trabajo para los nacionales. Especialmente, sin la garantía de que la mayoría de los recursos producidos en el mercado interno, nuestros ahorros, se reinviertan en el progreso de la nación.

Con un sistema económico raquítico como el que han permitido tener a los países de Latinoamérica y el Caribe es imposible ofrecer empleos y vida digna a sus ciudadanos. Tragedias como las de Haití, o las de los pueblos centroamericanos o de Suramérica, -como es el caso de Colombia, donde no hemos podido incorporar a la economía moderna a más del 30% de la población-, es imposible construir país, o regiones o ciudades de oportunidades para sus habitantes.

Si migran desesperados, como lo hicieron más de 500.000 colombianos el año pasado, es porque este país no les garantiza el presente ni el futuro. Buscan escapar de la pobreza y se dirigen hacia el país moderno que se las da. El mismo que es, en buena medida, el causante del fracaso de sus sociedades.

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