➽ De un vistazo
◉ El Club se llama «Los Astros», y queda en el barrio limeño de San Juan de Lurigancho
◉ El club recibe uniformes, equipamiento y otras ayudas de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados
◉ Entrena alrededor de 50 niños
EL VENEZOLANO COLOMBIA | ACNUR
En 2019, cuando se enteró de que su familia abandonaría su natal Venezuela, Javier Alejandro Enrique, de 8 años, supo de inmediato qué era lo que más extrañaría. No era la escuela, ni sus amigos del barrio, ni siquiera sus primos y abuelos. Era el béisbol.
La familia de Javier estaba a punto de partir hacia Perú, donde se han asentado casi 1,5 millones de las 7,1 millones de personas refugiadas y migrantes venezolanas que se calcula que han huido de la crisis social y económica de su país en los últimos años.
Sin embargo, para Javier, la elección de Perú por parte de sus padres fue un desastre. Después de todo, la nación andina está obsesionada con el fútbol, mientras que el béisbol, pasatiempo nacional en Venezuela y deporte favorito de Javier, es casi desconocido ahí.
“Estaba muy triste porque pensaba que no iba a poder jugar más”, cuenta Javier, quien ahora tiene 11 años, empezó a jugar al béisbol a los 3 y llevaba mucho tiempo soñando con ser profesional cuando creciera.
“Yo era el mejor”, recuerda con una tímida sonrisa.
Tras mudarse a Lima, la capital peruana, Javier se quedó sin equipo con el cual entrenar, y los confinamientos de COVID-19 le impedían incluso salir a lanzar una pelota por su cuenta. Sus buenas habilidades se fueron apagando y su ánimo decayó.
No fue hasta mediados del año pasado, cuando su madre se enteró por casualidad de la existencia de Los Astros, un club de béisbol juvenil del barrio limeño de San Juan de Lurigancho, que las cosas empezaron a mejorar para Javier.
“Me emocioné mucho porque iba a poder volver a jugar y mejorar mucho”, comenta.
Reacciones de euforia como la de Javier son la norma entre los cerca de 50 niños, desde pequeños hasta adolescentes, que se han inscrito en Los Astros, señala el entrenador Juan Carlos Urquilla, un lanzador de 37 años de Valencia, ciudad del norte de Venezuela.
El club – que recibe uniformes, equipamiento y otras ayudas de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados – comenzó en 2020, durante la pandemia de COVID-19, después de que otro venezolano de Lima empezara a llevar a su hijo al parque para que practicara béisbol. Otros venezolanos empezaron a acercarse a él, y el padre creó un pequeño club de entrenamiento. Los Astros crecieron gracias a la difusión de boca en boca y a las publicaciones en las redes sociales, y ahora decenas de niños participan en el club, pagando una pequeña cuota mensual por las sesiones diarias de entrenamiento, explica el entrenador Juan Carlos.
Aunque la mayor parte de los miembros del club son venezolanos, algunos niños peruanos se han unido, curiosos por este deporte del que nunca habían oído hablar.
“Nos hemos dado cuenta de que aprenden muy rápido”, comenta Juan Carlos sobre los jugadores peruanos.
Muchos de los venezolanos tuvieron que volver a lo básico junto con sus contrapartes peruanos. Entre los trastornos causados por el cambio de país y los interminables confinamientos por la pandemia, incluso muchos de aquellos que habían estado obsesionados con el béisbol en su país estaban “un poco oxidados” y necesitaban “desempolvarse”, afirma Juan Carlos. Pero ahora que están en forma, tiene grandes ambiciones para los jugadores, y ellos comparten sus esperanzas.
Ver sus progresos “es, para mí, una auténtica historia de éxito”, afirma, y añade: “Si Dios quiere, alguno de ellos firmará con un equipo profesional y hará carrera en las grandes ligas”.
“Es algo que corre por mis venas”.
El propio Juan Carlos estuvo a punto de ser contratado por equipos profesionales en Venezuela en varias ocasiones y, al igual que el pequeño Javier, temió que sus días en el béisbol hubieran terminado en cuanto tomó la desgarradora decisión de abandonar su hogar. Entrenar a Los Astros le ha devuelto el sueño. El dinero escasea, pero compartir las instalaciones con otros entrenadores del club le permite llegar a fin de mes mientras pasa los días haciendo lo que le gusta: jugar y enseñar béisbol.
“Es algo que corre por mis venas, e intento transmitirles esa pasión por el deporte”, afirma. “Me gusta enseñar e intento inculcar a los chicos valores como la disciplina y la responsabilidad”.
E independientemente de si el deporte acaba siendo una opción profesional viable para muchos de los jóvenes jugadores, Juan Carlos opina que el simple hecho de poder salir al campo de béisbol es un regalo del cielo: traer un trozo de su hogar a su país de acogida.
“Cuando vienes, como nosotros, de un país con una cultura diferente, encontrar [en tu país de acogida] algo que te gusta, algo que te apasiona y poder practicarlo, pues les llena de paz y tranquilidad”, señala Juan Carlos.