Soy un anciano en etapa terminal. Tengo dos mil setenta y tres años de edad. Cuando tenía como mil y vivía en Casalta vieja, bloque 1, letra B, Nro. 8. En esa época tuve la oportunidad de trabajar con un señor que tenía mucho dinero bien habido. Yo era una especie de asesor para relaciones públicas de algunas de sus empresas.
La primera vez que nos reunimos en su casa del Country Club, cuando nos despedimos, a eso de la una de la madrugada, me acompañó hasta la puerta de su mansión. Tenía yo, en ese entonces, un Malibú azul medio aporreado. Cuando mi amigo vio el carro estacionado dentro de su casa, increpó a uno de sus guardaespaldas.
– ¡Les he dicho que no guarden sus carros en la entrada de la casa! Esto es para los invitados y miembros de la familia.
Ante el reclamo, el empleado, un poco asustado, le dijo.
– Señor, ese carro es de su invitado.
Mi amigo, incrédulo, se me quedó mirando y asombrado me preguntó.
– ¿De verdad ese es tu carro?
– ¡Claro! –le contesté.
– ¡No me jodas, chico!
-Mañana vamos a solucionarte ese problema. ¡Te voy a asignar un carro mejor!
-No te preocupes. Yo estoy de lo más feliz con mi Malibú. Fíjate, yo ahora me voy hasta Casalta en Catia, me estaciono frente a mi edificio y mañana iré solito, libre y sin miedo, al mercado de Catia a comprar. Tú, para salir de aquí, tienes que ir con dos motorizados armados y dos camionetas blindadas. No puedes andar sólo en el mercado ni bajarte en una panadería para tomarte un café tranquilo.
– ¡Coño, Claudio, es verdad! Por eso eres mi asesor. Vamos a hacer una cosa.
– ¿Qué? –le pregunté.
-Véndeme el Malibú.
Este cuento viene a colación por las vainas increíbles que superan la ciencia ficción en la que vivimos los venezolanos, con eso de la corrupción desatada que involucra a las empresas más importantes del Estado, de acuerdo a denuncias realizadas por el Fiscal General de la República. Cuesta creer e incluso cuesta escribir, las cifras de los miles de millones de dólares “desaparecidos” en todas estas empresas.
Ser rico no es malo. Malo es ser muy pobre por hacerse rico robando, aunque sea un bolívar. Pero, ¿por qué robar? ¿Qué se hace con tanto dinero sucio? El problema del robo es que, aunque no te importe porque eres un sinvergüenza, aunque no quieras aceptarlo, estás nervioso porque sabes que ese Ferrari, ese apartamento en Dubái, ese yate, no es tuyo. Sabes que esas mujeres bellísimas no te quieren y tienes además miles de cosas que, aunque estén a tu nombre, no te pertenecen.
Sabes que por culpa de tu robo hay miles de personas pasando trabajo y muriendo literalmente de hambre. Te conviertes en esclavo de quienes saben que eres un ladrón. Tienes una espada de Damocles encima porque te van a descubrir y te van a despreciar. Sabes que nadie te quiere.
En general, los ricos de verdad, aquellos quienes por herencia familiar o porque supieron con inteligencia y trabajo ganarse sus riquezas, son más bien recatados, correctos y enemigos del escándalo. Saben disfrutar con elegancia la buena vida, igual que yo, que la disfruto igual o más, pero sin dinero. O sea, ambos somos millonarios, la diferencia es que yo no tengo dinero.
La vulgaridad de los ladrones no sólo está en su mal proceder. Todos hemos visto ese derroche obsceno de los lujos palurdos y mal habidos como el de una señora que la vimos casi llegando a un orgasmo, mientras acariciaba una maleta llena de lingotes de oro. Ningún rico de verdad hace eso. Cuando el dinero es mal habido, se descubre por la grosería y la pantallería de la exhibición grotesca de bienes mal obtenidos. Rómulo Betancourt decía que la corrupción y el humo, son imposibles de ocultar.
En estos días, por casualidad, vi una fotografía de Lorenzo Mendoza al lado de una cantidad enorme de paquetes de harina Pan. Estaba orgulloso del resultado de su trabajo productivo. Esas bolsas amarillas como oro, pero llenas de harina Pan, son muchísimo más valiosas que una miserable maleta llena de lingotes de oro en un apartamento de lujo en Dubái.
Esta noche, cuando Lorenzo Mendoza y yo, cada uno por su lado, lleguemos a nuestras respectivas casas, abramos nuestras neveras y veamos lo que tenemos adentro, sabremos exactamente de dónde salió el dinero para comprar esos alimentos. Les aseguro que nuestros sueños serán muy plácidos.