En los últimos años, Miguel Díaz-Canel ha vivido esa soledad diplomática que muchas veces cerca a los autoritarios. Salvo una reciente gira por Rusia, Turquía, Argelia y China, además de los favores que le dedica en público el gobernante mexicano, Andrés Manuel López Obrador, el ingeniero de 62 años ha visto como su condición de presidente no votado en las urnas y la represión que desató contra los manifestantes del 11 de julio de 2021 le han pasado factura política y lo han excluido de alfombras rojas y eventos internacionales.
Su llegada este lunes a Argentina, para asistir a la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) busca sacarlo de esa soledad y tratar de insertarlo en el escenario latinoamericano. Pero el Díaz-Canel que arriba a Buenos Aires es un mandatario fracasado en todos los órdenes: con un país que experimenta el éxodo masivo más grande de su historia, una inflación que ha sumido en la pobreza a millones de cubanos y una crisis política ante la que solo sabe actuar a través de la amenaza y el encarcelamiento de sus opositores.
A diferencia de otros invitados, el dirigente cubano no tiene nada que ofrecer a una organización regional que lleva años de capa caída y en la que los ciudadanos del continente cada vez ponen menos sus esperanzas. Llega a la cita, además, después de estrechar su alianza con la Rusia de Vladímir Putin y aceptar la creación de un Centro de Transformación Económica que, desde Moscú, supervisará la deriva cubana hacia un modelo de «empresa privada», marcado por los vicios que han convertido al país euroasiático en una nación de mafias comerciales, oligarcas cómplices y empresarios surgidos de las entrañas de la antigua KGB.
¿Se le llamará a la invasión rusa «operación militar especial» como hace la prensa oficialista cubana o se hablará de invasión?
Díaz-Canel es en esta reunión el hombre del Kremlin y habrá que estar atentos por si en la cita se hace mención alguna a la guerra en Ucrania, un conflicto que resulta determinante para la actual situación económica continental. ¿Se le llamará a la invasión rusa «operación militar especial» como hace la prensa oficialista cubana o se hablará de invasión? El hombre al que Raúl Castro sentó en la silla presidencial en La Habana podría influir en que en los documentos finales del evento se suavicen las críticas a Rusia o se obvie, olímpicamente, la contienda.
Le corresponderá también a Díaz-Canel cerrar filas con el venezolano Nicolás Maduro y, presumiblemente, con el nicaragüense Daniel Ortega, otros de los impresentables autócratas convocados a la cumbre. Pero habrá que mirar con lupa el encuentro del cubano con el presidente chileno, Gabriel Boric, quien ha sido muy crítico con la violación de derechos humanos en Nicaragua y Venezuela, aunque mucho más tibio cuando de la Isla se trata. El apretón de manos con Luiz Inácio Lula da Silva también deberá ser seguido de cerca, porque ni el líder brasileño llega en la misma posición de la que gozaba en sus anteriores mandatos, ni la cercanía con el régimen cubano significa ya lo mismo que hace una década.
Arruinado en lo económico y rechazado por buena parte de los cubanos, Miguel Díaz-Canel sabe que después de que se clausure la cumbre y se difunda la foto grupal de los mandatarios, él tendrá que subirse al avión y regresar al mismo país quebrado y sin esperanzas que lo vio partir. Sus cálculos, más que hacia Buenos Aires, se enfocan ahora en Moscú, en que un oso peligroso y temido le cuide las espaldas. A cambio, él seguirá siendo el «camarada del Kremlin» en América Latina, el hombre que está dispuesto a ceder parte de la soberanía cubana a un lejano país antes que permitir una apertura democrática en la Isla.