Con migrantes venezolanos | Por: Fernando Castro Aguayo

➥ El autor, es un obispo católico, procedente del Clero de la prelatura personal de la santa cruz y Opus Dei y es VI obispo de la Diócesis de Margarita

Contemplar a grupos de personas caminando desde Cúcuta a Bucaramanga para enfilarse hacia Bogotá es un cuadro dramático y doloroso, por las penurias físicas, morales, económicas. Los compañeros del camino son el frío, el hambre y, a veces, la persecución, el desprecio. Suele acompañar la extorsión, el robo y el miedo. Y son miles y miles de personas.


Estoy en Ecuador. He querido entrar en contacto con familias migrantes venezolanas muy disímiles entre sí: profesionales que no pueden trabajar, y desean ocuparse al precio que sea para ganar algo de dinero para sostener la familia; otros, de origen muy sencillo que buscan sobrevivir, con una vivienda lo más digna posible, tratando de comer mínimamente y conservar la salud, cuidando de los hijos con esfuerzo.

Todos cuentan las peripecias que han sufrido para llegar desde Venezuela hasta aquí; sus narraciones parecen “cuentos fantásticos”. No se los deseo a nadie. Si han arriesgado tanto, tienen que haber vivido en nuestra querida patria situaciones familiares y laborables insostenibles. Todos desean regresar y tienen gran preocupación por los padres y familiares que han dejado en Venezuela.

Junto al agradecimiento que tienen por esta noble tierra ecuatoriana, mantienen mucho amor a la patria, y tienen muchos deseos de superación. Basta ver cómo trabajan.

Hay dos cosas que me han producido mucha alegría. Una el natural compartir de unos con otros sean venezolanos o no. La sensibilidad por ayudar a los vecinos, conocidos. Saben compartir lo poco. Alabo algunas iniciativas que han emprendido acciones para ayudar a buscar empleos a migrantes venezolanos y así ayudarles a conseguir una mejor calidad de vida. Otra es la fe en Jesucristo y en su Madre Santísima (Chiquinquirá, La Consolación, El Valle, Coromoto, El Socorro). La fe forma parte de su identidad.

Junto al dolor y en la escucha de hombres, mujeres y niños, se esconde el gran tesoro que contiene: amor al trabajo, amor a la familia, caridad mutua y una gran conciencia de la fe cristiana. 
Estos encuentros han sido un gran regalo: habrá otros.

fcastroa@gmail.com

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