Hay días en los que definitivamente no se debe escribir. Tal vez se puede escribir pero no se debe publicar, pues si el estado anímico te domina, es probable que el resultado no sea la mejor expresión de lo que realmente se piensa.
«¡Frene sus caballos mentales, bachiller!» Así me atajaba un profesor en mi época de estudiante de derecho cuando intentaba demostrar la veracidad de mi tesis frente a algún asunto normativo. Pues eso trataré de hacer en este momento: es necesario respirar profundo e intentar que la racionalidad tome el timón.
Si hay algo con lo que los venezolanos hemos convivido durante estos años de revolución, es con el discurso irresponsable, primitivo, carente de datos, improvisado, estigmatizador y polarizador de quienes, por desgracia, detentan el poder. Sin petulancia alguna podemos decir que «de eso sabemos».
Pero también sabemos, y creo que acá está lo medular, que las palabras que se hacen públicas desde el liderazgo tienen una capacidad de resonancia, de generación y dinamización de circunstancias capaces de modificar la realidad circundante. Eso lo sabía muy bien Chávez e hizo un uso permanente de ese poder, desde aquel famoso «por ahora», hasta denominar «escuálidos», «apátridas», «pitiyankis» y un largo etcétera a todo el que contrariara sus ideas.
Es un juego peligroso. Si desde el poder se acusa o se etiqueta, no es posible predecir las consecuencias, sobre todo si aquel que es objeto del señalamiento es el distinto, el que no parece de acá, el extranjero. Esto es capaz de desatar reacciones generalmente no edificantes y que en nada contribuyen a la consolidación de la civilidad y la convivencia.
ASÍ SIN MÁS, SIN DATOS
Una funcionaria al servicio del Estado, es decir, una servidora pública, acaba de sentenciar que el aumento de la criminalidad en la principal ciudad de Colombia se relaciona con la migración venezolana. Así, sin más, sin datos, sin ningún estudio que lo respalde, pero antes de soltar tamaña bomba, advierte que no desea estigmatizar a los venezolanos. Tan parecido a lo que he escuchado por dos décadas, pensé.
De inmediato las reacciones no se hicieron esperar: comentarios de toda índole, la gran mayoría ofensivos contra nuestro gentilicio se desataron por las redes sociales. También hubo otros de profunda reflexión, con grandes gestos de hermandad y respeto. En fin, se ha producido una polarización de la opinión pública en torno al infeliz señalamiento. ¿Sería este el objetivo para ocultar que no se sabe qué hacer frente al verdadero problema?
Soy de aquellos que, frente al manejo de la compleja crisis migratoria de los venezolanos en Colombia, veo el vaso medio lleno. De hecho, gran parte del padecimiento y dificultades que atraviesan nuestros connacionales en estas tierras no difieren mucho de lo que viven los mismos colombianos.
«Hasta ahora, no he conseguido el primer estudio que logre demostrar que hay un aumento del delito en Colombia vinculado con la masiva llegada de venezolanos»
UN LUNAR QUE INTENTA OPACAR
Falta mucho aún por hacer, y sabemos que las instituciones trabajan a diario para convertir esta crisis en oportunidades de crecimiento para Colombia e impulso para el desarrollo humano de la población migrante. Sin embargo, esta declaración sin sustento es un lunar que intenta opacar tanto esfuerzo.
He dedicado más de 20 años de mi vida al estudio del fenómeno delictivo en todas sus variables. El delito es un tema sumamente complejo, multifactorial, con comportamientos que se entrelazan con dinámicas políticas, económicas, sociales, culturales, ambientales, en fin, de toda índole. Digo esto, porque quiero dejar claro que abordo el tema del comportamiento delictual como mi objeto de estudio permanente.
Hasta ahora, he tenido la oportunidad de leer las más variadas investigaciones de universidades colombianas, centros de investigación, ONGs, entre otros, que han intentado establecer si existe alguna relación entre la migración venezolana en Colombia y la criminalidad. Hasta ahora, no he conseguido el primer estudio que logre demostrar que hay un aumento del delito en Colombia vinculado con la masiva llegada de venezolanos.
DECLARACIONES DE MIGRACIÓN COLOMBIA
Creo que la mejor expresión de estas conclusiones a la que arriban distintas investigaciones, se encuentra en las más recientes declaraciones del Director de Migración Colombia.
Expresó que hay 2.700 extranjeros privados de libertad, de los cuales 1.500 son venezolanos, esto es una tasa del 0,08 por ciento, lo que es inferior al 1 por ciento de los venezolanos en el país. Indicó que en 2019 fueron capturados 11.000 venezolanos en diferentes delitos, esto es el 0,62 por ciento del total de venezolanos en el país. Finalmente sostuvo que la mayoría de los delitos que cometen los venezolanos se relacionan con hurtos y porte de estupefacientes, y muy pocos con criminalidad violenta.
Esto coincide con una muestra de casi 100 venezolanos que tuvimos la oportunidad de visitar en la Cárcel de La Picota en Bogotá a finales de 2019. De ellos, sólo tres estaban vinculados con hechos violentos como secuestro y homicidio. Al resto se le atribuían delitos contra la propiedad y tenencia de estupefacientes. Predominaban el hurto de celulares y de productos en comercios.
Cuando no se comprenden las variables de un fenómeno tan complejo como la criminalidad, siempre será más sencillo culpabilizar a los migrantes. Eso ya lo hemos visto a lo largo de la historia, y en más de una vez se han producido dolorosos episodios de violencia, segregación y muerte, pero parece que algunos no aprenden.
Gran parte de nuestra población migrante ha enfrentado episodios similares de estigmatización, no por haberles señalado de cometer delitos, sino por opinar, protestar e incluso por migrar. Para el régimen venezolano el migrante es una suerte de traidor que merece desprecio, y eso es lo que se difunde desde el ejercicio del poder. No basta con llevar a la población a la miseria; también se promueve el odio. Por eso lo mínimo que podemos exigir es respeto a la dignidad del que tuvo que dejar todo para sobrevivir.
Soy venezolano, y a pesar del señalamiento de la señora funcionaria, no soy delincuente, como tampoco lo son la inmensa mayoría de nuestros migrantes que día a día contribuyen a la construcción y desarrollo de este país que con tanta solidaridad nos ha acogido. El delito no tiene nacionalidad, la culpa no es de la iguana, la sospechosa habitual de la revolución, que por cierto, nunca tiene responsabilidad en nada de lo que ocurre.
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Fiscal siempre! Ucevista, construyendo la maravilla del Derecho frente a la barbarie. Embajada de Venezuela en Colombia.