El Venezolano Colombia | Migra Venezuela
El viejo terminal de pasajeros de San Antonio del Táchira aparece en un video público en el que un hombre venezolano, que cubre su rostro con un tapabocas, reclama: “nos están usando como carne, de escudo de temas políticos, no nos están dando alimentación, dormimos todos aglomerados en plena pandemia”.
Yolanda se ganaba la vida como colaboradora en los proyectos de atención a migrantes en Colombia. Tras el cierre de las actividades humanitarias en el sector de La Parada debido al aislamiento decretado por el Gobierno de Iván Duque para contener la propagación del coronavirus, regresó con sus tres hijos al pequeño pueblo de Llano de Jorge, en el estado de Táchira. No hay certeza de que el proyecto en que trabajaba vuelva a funcionar.
Si bien en Colombia había mayores oportunidades, Yolanda, como muchas otras familias, regresa a la casa que abandonó hace unos meses, pues al menos tendrá un techo para pasar los días y espera conseguir alimentos con ayuda de algunos vecinos que cultivan la tierra. “Con la siembra nos ayudamos los que vivimos por aquí arriba”, cuenta. Más difícil será para quienes retornan a las ciudades pues los alimentos no crecen en sus casas. “Los que viven en San Antonio ya se la ven un poquito más complicada porque no hay nada”, agrega preocupada.
Trochas siguen activas
Aunque los tiempos han cambiado, hay dinámicas en la frontera que permanecen. Ni la gente ha dejado de cruzar de un lado al otro, aunque la movilidad se ha hecho más limitada, ni los grupos armados han dejado de sacar provecho de quienes lo hacen a través de las trochas; siguen teniendo la última palabra.
“En estos días no querían dejar pasar a nadie por la trocha a ninguna hora porque había un comandante nuevo o algo así. Ahorita sí están dejando pasar, pero tienen horas específicas, hay que salir muy temprano, hacer rápido las diligencias y luego para atrás”, dice Yolanda.
«Nos están usando como carne, de escudo de temas políticos, no nos están dando alimentación, dormimos todos aglomerados en plena pandemia”, dice uno de los venezolanos que ha retornado
La vida de las ciudades fronterizas está atada de formas muy complejas. Los migrantes pendulares no solo son personas humildes que subsisten de los variados oficios legales e ilegales de la frontera, son personas trabajadoras que buscan cómo ganarse la vida: “nosotros no queremos nada de gratis, si nos toca trabajar en lo que sea ahí estamos”, dicen con un tono de dignidad.
La compleja situación de la economía venezolana continúa. En San Antonio del Táchira, además de la cuarentena colectiva obligatoria, hay toque de queda desde las 4:00 de la tarde hasta las 10:00 de la mañana. “No es mucho lo que se pueda hacer o vender. La gente no tiene dinero para comprar nada que no sean sus alimentos”, explica Yolanda. Como ella hay cientos de venezolanos que han visto reducidas sus posibilidades, pero que además deben seguir pasando la frontera pues el desabastecimiento en Venezuela continúa.
La abogada tachirense Ninoska Laya marca el acento en recordar que siguen buscando servicios del otro lado de la frontera. No solo productos de primera necesidad, sino también se debe tener presente que la gran mayoría de remesas internacionales enviadas por los migrantes a sus familias, aprovechando las ventajas cambiarias, llegan por la frontera y no directamente a los bancos venezolanos.
La frontera no se cierra, a pesar de los esfuerzos de las Fuerzas Militares colombianas y de la Guardia Nacional Bolivariana. Ni siquiera a pesar de los actos de barbarie cometidos por los grupos al margen de la ley en búsqueda de generar terror y mayores controles a la movilidad. “Para pasar por la trocha de Llano del Jorge toca salir a las 4:30 o 5:00 de la mañana porque a esa hora no hay guardias ni policías. Para regresarnos sí toca lanzarnos por donde no haya muchos cuerpos vigilando. Es peligroso porque nos toca lanzarnos por peñas y cosas así, pero nos toca arriesgarnos para poder hacer las diligencias del lado de Colombia”, narra Yolanda.
Cuarentena inesperada en San Antonio
Cientos de venezolanos que venían hacia la frontera desde diferentes ciudades de Colombia, Ecuador y Perú, con el deseo de retornar a su país, hicieron uso del corredor humanitario habilitado por las autoridades. Están concentrados en el terminal de transportes, en escuelas y universidades, distribuidos entre los municipios fronterizos de San Antonio del Táchira y José María Ureña. Las autoridades en Venezuela dispusieron que los nacionales que lleguen a través de la frontera, deberán someterse a un aislamiento obligatorio de al menos 14 días, para evitar que el virus se disemine por todo el país.
Moisés está en el Liceo Nacional de San Antonio del Táchira junto con su esposa y una bebé de brazos. Susurrando mensajes de voz por el teléfono, dice que no puede hablar bien. Teme que los funcionarios que administran el improvisado albergue le quiten su teléfono, como lo han hecho con otros de los ciudadanos. “Se llevaron a un chamo y no sabemos más de él”, narra con voz de angustia.
Moisés cuenta que en el paso por el puente solo piden cédula laminada, “si tienes antecedentes pendientes quedas detenido; si no te llevan al terminal, te hacen chequeo médico en general y de ahí te mandan al refugio 15 días”. En su caso fue llevado al Liceo Nacional junto con aproximadamente 900 personas. Las condiciones no son lo que esperaba. “Eso es pura mentira lo que está diciendo el Gobierno, que ellos te reciben y te ponen en un refugio bien cómodo”, expresa con la intención de que sus paisanos que quieren regresar, como él, sepan a lo que se enfrentarán.
Las redes sociales han sido el lugar para denunciar. Circulan decenas de videos y fotos de adultos y niños con hambre confinados, mostrando platos en los que comen solo arroz. “En la mayoría de refugios les están quitando los teléfonos a nuestros compañeros. Aquí no hay ni camas, ni ventilador ni nada de eso, tú estás a la intemperie con el equipaje y las sábanas que traes. Duermes en el suelo y si al caso uno mismo prepara la comida que trae, pero no es eso que dice el gobierno que hay tremendas ayudas, eso es mentira”, narra Moisés.
“señores, no se dejen engañar. Cuando digan que nos van a traer, nos van a montar en un bus y nos van a llevar a nuestros hogares, eso es mentira, nos traen a un refugio a pasar hambre, a pasar necesidad”. Un hombre joven muy delgado agrega con rabia: “nos tienen aguantando hambre, es peor que una cárcel ”.
El confinamiento en medio de la necesidad se hace insostenible. El primer rumor que circuló entre quienes emprendieron la travesía de retorno decía que los iban a distribuir a sus estados natales, pero finalmente se tomó la decisión de que permanecieran en la cuarentena en los municipios fronterizos.
Se teme que la atención y el diagnóstico médico no sea el más adecuado. Una vecina del sector ha expresado su preocupación: “en caso que llegase algún infectado correría el virus más rápido”. En Capacho Nuevo, en el estado de Táchira, los habitantes salieron a manifestarse en rechazo ante los rumores que hablan sobre el posible traslado de personas desde la frontera hasta las escuelas y liceos del pueblo. Tienen miedo de contagiarse y que su sistema de salud no dé abasto.
Los retornados se enfrentan a la ironía de ser tratados como “migrantes” en su propio país. No solo por las autoridades, sino ahora también por sus compatriotas temerosos. La realidad no es la que esperaban, algunos han logrado escaparse de los albergues para el confinamiento obligatorio y otros cuantos ya están incluso considerando volver de nuevo a Colombia.
“Yo tengo ganas es de regresarme porque esta experiencia es para buen rato. Estamos cuadrando entre muchos compañeros para escaparnos porque no podemos aguantarnos. Si uno no sale por ahí a pedirle a cualquier vecino o a cualquier agente uno no come. ¿Y los que tienen niños o adultos mayores qué? Esto no puede ser”, sentencia Moisés.
Los que aún no salen
Leyda está desesperada en Bogotá. No ve más salida que regresar a Venezuela. Vive en el barrio Santa Fe y hace parte de los cientos de personas que están amenazadas con ser expulsadas de los “paga diarios” junto a sus hijos. Para presionar a los inquilinos, los dueños de las viviendas les quitaron los servicios públicos hasta que no cumplan con los 15 mil pesos (4 dólares) del día.
Aunque el Gobierno nacional y la Alcaldía de Bogotá firmaron decretos para que no se pueda desalojar a ninguna persona durante el aislamiento, estas medidas no siempre se cumplen. La Alcaldía pasó por el barrio de Leyda censando a los migrantes pero el arrendatario no les permitió salir. Leyda ha empezado a gastar el dinero que había reunido para enviar a su familia en Venezuela mientras planea cómo retornar. No tiene información de los riesgos y barreras que va a enfrentar, pero está segura de que cuando acabe sus ahorros la tirarán a la calle. “Pareciera que no dijeran nada porque muchos hoteles los están desocupando”, dice sobre la inefectividad de esa medida que prohíbe los desalojos.
Regresar en estos momentos representa grandes dificultades. Algunos municipios están desviando a los caminantes para que no pasen por los cascos urbanos, lo que significa caminar mayores distancias y por sitios donde no pueden abastecerse, hidratarse o pedir ayuda. Como se ha restringido el tránsito de vehículos por las carreteras nacionales, también hay menos posibilidades de que alguien les dé “la cola” (aventón), lo cual aumenta el riesgo en tramos con condiciones agrestes como el Páramo de Berlín. Y en las últimas horas Migración Colombia emitió un comunicado recordando que el tránsito de personas está prohibido, sin importar la nacionalidad; solo en casos especiales los buses que vayan a transportar migrantes hacia la frontera deberán requerir un permiso ante la entidad.