La familia de la caraqueña Jenny Bohórquez es una prueba de lo cercanas que son la cultura colombiana y la venezolana. Sus costumbres y forma de ver el mundo son el resultado de vivir la migración en dos vías. Crecer entre días de cenar changua rola o cocinar hallacas, beber café colombiano o acompañar la comida con un papelón con limón, en vez de levantar muros, les enseñó lo importante que es fijarse más en los puentes llenos de multiculturalidad y tolerancia que en las fronteras.
Su mamá es barranquillera, pero llegó a los dos años al vecino país, lo que ha hecho que se sienta como si fuera colombo venezolana. Elsi Aldana de Bohórquez tiene unas manos milagrosas: cose, teje, cocina rico y, pese a que no es la comida típica de su tierra natal, se convirtió en el cerebro detrás de la famosa receta de hallacas del negocio familiar.
“Yo vengo de un hogar bonito, donde la diferencia en nacionalidades en nada nos aleja, antes hace que nuestra familia sea más linda y enriquecida. Las canciones, las comidas y las costumbres siempre fueron mixtas”, dice.
Ricardo Bohórquez, su padre, es un bogotano que emigró a Venezuela a los 17 años. Empezó ejerciendo como obrero, luego se inició en el mundo de las artes gráficas y terminó siendo gerente de un periódico americano, el único en inglés en la ciudad. Desempeñó ese cargo a cabalidad, sin siquiera hablar dicho idioma. A punta de ingenio.
Colombianos e inmigrantes, ambos le deben al país bolivariano tenerse el uno al otro, pues se conocieron en la ciudad de La Victoria, estado de Aragua, y ver nacer y crecer a sus tres hijos: Jenny, Ricardo y Jeimy. Ya tienen cincuenta años de casados y han logrado convertir su hogar en un refugio, en cualquier lugar del mundo, para toda su familia.
Cuando la situación se empezó a poner complicada en Venezuela, Ricardo vendió todo y regresó a Colombia el 1 de octubre de 2011. En medio del rebusque, en mayo de 2013, abrió en Bogotá una panadería junto a su hijo y aunque desconocían muchas cosas sobre este tipo de negocio, se aventuraron. Poco a poco lograron posicionarla teniendo por toque diferencial usar los hornos del pan en función de preparar cuatro productos de panadería famosos en Venezuela.
Fue así que nació ‘El Ávila’, lugar que lleva ese nombre en honor a la formación montañosa del tradicional cerro ubicado al norte de Caracas. Este sitio ha logrado convertirse en un espacio donde los comensales pueden disfrutar de los aromas y los variados sabores del pan del vecino país.
De oficinista a inmigrante
Abogada y Administradora de seguros de profesión con una amplia experiencia en el área financiera, Jenny Bohorquez tenía su vida armada en Caracas. En el 2013 arrancó a estudiar cocina con el Grupo Académico Panadero y Pastelero (GAPP) de Venezuela, sin siquiera sospechar que años después terminaría buscando un nuevo futuro modernizando la panadería de su papá en Colombia.
“Estuve en aseguradoras hasta que trabajé con Grupo Éxito en mi país. Fueron cinco años con ellos. Luego Chávez expropió la compañìa y eso me obligó a buscar nuevos horizontes, estuve un lustro en Pepsico y en noviembre de 2016 la crisis estuvo tan dura que poco a poco empecé a despedirme de esa etapa de mi vida”, recuerda.
Su familia ya había emigrado y ella se encontraba sola tratando de acostumbrarse a tener agua solo 10 minutos al día, subir hasta su apartamento a pie en un piso 16 en medio de los continuos cortes de luz, esforzarse durante días para conseguir un jabón para lavar la ropa y hasta recuperarse de dos atracos de los que fue víctima.
Todo eso la convenció de que necesitaba un cambio y por eso viajó a Bogotá en abril de 2017 buscando nuevas oportunidades. Estuvo por lo menos dos o tres meses con una profunda tristeza. De hecho, recuerda que por momentos abría los ojos y sentía como si estuviera en su casa en Caracas. No paraba de llorar.
En noviembre no soporto el desasosiego de estar lejos y se fue por tierra a Venezuela, pero fue como llegar a otro país: “Todo estaba mal en las calles, me vi con mis amigos y no entendían mi decisión, me pedían que aprovechara y me devolviera, que saliera ya que podía (…) al final tomé un avión y me regresé”.
Ese nuevo aterrizaje en Bogotá le cambió su forma de pensar gracias a las palabras de la mujer que la recibió en la zona de Migración Colombia: ‘Bienvenida a tu país’. Esa frase le caló tanto que en segundos entendió. “Me encantaría saber el nombre de esa señora, gracias a su frase hice clic y empecé a ver lo que estaba viviendo como migrante con otro punto de vista, me sentí en casa y agradecida”, agrega.
Un olor particular
Una vez segura de quedarse en Colombia comenzó el desafío de conseguir un empleo. Pese a su hoja de vida, parecía una labor imposible, pues nunca la llamaron a una entrevista de trabajo. Casualidad o no, el 1 de abril de 2018, en medio de la incertidumbre, su hermano decidió dedicarse a trabajar en el área de los petróleos y por eso le ofreció comprar su parte de la panadería.
“Me arriesgué, empecé a cambiar toda la sección de panes y me puse el reto de hacer cosas distintas a las que se encuentran en una panadería común en Bogotá con la idea de traer una parte de Venezuela a la gente a través de nuestros productos”, declara.
La obsesión de Jenny ha sido hacer de ‘El Ávila’ una forma económica de viajar a venezuela bocado a bocado. Consolidar un espacio al que los venezolanos pueden ir a comer algo de su tierra y conectarse con sus recuerdos y emociones y donde los colombianos disfrutan de la riqueza gastronómica del vecino país. Y no es solo para “que alguien venga y le parezca delicioso lo que hacemos. Para mí es un privilegio porque siento que les brindo cultura, esa mezcla de mi vida entre papá rolo, mamá barranquillera, abuelos boyacenses y de Huila, sumada a mi identidad como venezolana, es algo hermoso”, añade.
Desde que empezó a trabajar en el negocio familiar, Jenny no ha parado de buscar opciones para que ese sueño crezca. Se ha capacitado en cursos con el Instituto Distrital de la Participación y Acción Comunal (Idepac); hace parte de un proyecto de emprendimiento gestionado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con la Cancillería; ha participado con ‘El Ávila’ en proyectos como Venezuela aporta, de la Alcaldía de Bogotá o Migración productiva con la Cámara de Comercio; han llevado su visión del pan a dos festivales, uno en el parque Alcalá y otro en Lourdes y ha compartido su experiencia como migrante emprendedora en foros de EL TIEMPO, ACNUR y ACDI / VOCA.
Con orgullo dice que después de estudiar varios meses y preguntar a expertos sobre el tema, logró que todos sus productos tengan registro Invima y obtuvo el concepto favorable por parte de la Secretaría de Salud, lo que les ha permitido trabajar para grandes almacenes como Carulla.Pan con sabor traído de Venezuela
Asomarse en las estanterías de ‘El Avíla’ es encontrarse con un mundo desconocido de sabores protagonizados por el pan. Uno de los más pedidos es su adaptación de los famosos cachitos de jamón, un pan relleno de tocineta y jamón ( en Venezuela suele ser ahumado) que, al darle un mordisco, hace que el paladar se encuentre con una masa suave que va entre los sabores dulces y salados. Según Jenny, la fama de este producto se debe a que por tradición en el vecino país se come en todo momento, es como una “bala fría” o tentempié para matar el hambre.
Otro de los más exitosos es el tradicional pan navideño que está relleno de jamón, tocineta, uva pasa, aceitunas y panela líquida. Aunque suele medir unos 50 centímetros, ellos decidieron diseñar una versión más pequeña para que cualquiera pueda consumirla en cualquier época del año.
A este le sigue el canilla, que es una variante de la baguette, más pequeña y suave; y el golfeado, típico de Caracas, un rollo de panela con queso blanco, semillas de anís y queso por encima.
El “de a locha” es tal vez uno de los que más nostalgia despierta en los comensales, pues lleva este nombre en honor a una moneda muy antigua de Venezuela con la que se podía comprar una cantidad razonable de pan para llevar a casa.En la cocina
Si uno se adentra a la cocina de este negocio se encontrará con personas fascinantes. Actualmente el equipo está integrado por seis personas, dos panaderos, un monitor, una persona a cargo de la cocina y dos gerentes.
Uno de los más jóvenes es Julio, un hombre de 26 años nacido en Maturín, capital del estado Monagas, que aunque tiene estudios en Contaduría Pública, ahora pasa sus días como panadero. Oficio con el que vive agradecido.
Arrancar su nueva vida no fue tan fácil, solo conseguía trabajos inestables y tuvo que pasar varios meses consiguiendo el permiso de trabajo. Luego logró un puesto como auxiliar de cocina en turnos de fin de semana, haciendo parte del equipo de trabaja de un club en La Calera y hasta se desempeñó pegando afiches en los postes, trabajo que no le gustaba porque sentía que era generar contaminación visual y lo exponía a que los policías lo insultaran.
En medio del caos, decidió unirse en redes sociales a varios grupos de venezolanos en Colombia y gracias a eso conoció ‘El Ávila’. Empezó a seguir de cerca su trabajo y se emocionó tanto con ellos que terminó escribiéndoles pidiendo una vacante. Después de varios meses fue contactado por Jenny para hacer unas pruebas y poco a poco se integró al proyecto.
Tanto Jenny, como Ricardo y toda la familia Bohórquez aseguran estar agradecidos con Colombia y la gastronomía, pues han logrado demostrar que los inmigrantes sí emprenden y están interesados en generar empleo. Por ahora, sueñan en llevar esta idea de negocio a otro nivel y consolidar su sueño de convertir ‘El Ávila’ en todo un laboratorio de diseño de pan y el hogar para que colombianos y venezolanos se den el chance de sentarse a la mesa frente a un delicioso plato de comida.
Texto extraído de El Tiempo. para lectura completa pulse aquí
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