En el 2011, Libia se rompió en mil pedazos. Con la autorización de la ONU, una amplia coalición de países la atacó, una turba asesinó a Muamar Gadafi, su sanguinario régimen colapsó, y el país se fragmentó. Eventualmente, se consolidaron dos gobiernos, uno basado en Trípoli y otro en Tobruk. Cada uno tiene un líder, fuerzas armadas, una burocracia e, incluso, su propio banco central y papel moneda. Además, ambos gobiernos cuentan con el apoyo de otros países. El de Trípoli tiene el reconocimiento de la ONU, mientras que al de Tobruk lo apoyan, entre otros Estados, Egipto, los Emiratos Árabes, Arabia Saudita y Rusia.
El control de los ricos campos petroleros de Libia ha sido motivo de fuertes enfrentamientos armados, pero, hasta ahora, ninguno de los dos gobiernos ha podido derrotar al otro. Adicionalmente, en territorio libio operan con gran autonomía centenares de milicias, tribus, grupos terroristas –incluyendo a Al Qaeda y el Estado Islámico (EI)–, así como organizaciones criminales que trafican drogas, personas y armas.
El prolongado colapso del país se ha convertido en un problema europeo. Trípoli queda a solo 300 kilómetros de Lampedusa, la isla italiana en la cual han desembarcado miles de inmigrantes africanos que llegan a Libia y, desde allí, entran a Europa. El caos y la corrupción reinantes hacen muy difícil controlar estos flujos de personas.
Nada de esto estaba en los cálculos de las potencias extranjeras que intervinieron militarmente en Libia. La prioridad era acabar con el régimen de Gadafi y evitar que el lunático líder cometiera un genocidio. El plan era que, una vez derrocado Gadafi, un gobierno de transición convocaría elecciones que iniciarían el tránsito de Libia hacia la democracia.
Venezuela corre el peligro de volverse la Libia del Caribe. Por supuesto que son países muy distintos, y sus circunstancias difieren significativamente. Pero las semejanzas son sorprendentes.
Al igual que en Libia, en Venezuela hay dos centros de poder enfrentados que, hasta ahora, no han podido desalojar al otro. Juan Guaidó es el presidente encargado, y su legitimidad constitucional es reconocida por más de 60 países, incluyendo las principales democracias del mundo. Nicolás Maduro llegó a la presidencia a través de elecciones certificadamente fraudulentas y usurpa el poder gracias al respaldo de las fuerzas armadas y grupos paramilitares. Cuenta con el apoyo de Cuba, Rusia, China, Irán, Turquía y Siria, entre otros países.
Tanto Libia como Venezuela son Estados fallidos con gobiernos incapaces de desempeñar funciones básicas. Ninguno de los dos gobiernos controla todo el territorio nacional, y ese vacío ha sido llenado por una multiplicidad de peligrosos actores. En Libia operan Al Qaeda y el Estado Islámico, mientras que en Venezuela actúan el Eln y las Farc, los grupos narcotraficantes colombianos.
En Libia hay grandes emporios criminales que trafican gente. En Venezuela, influyentes emporios que trafican drogas y minerales. Libia es un gran bazar de armas. Venezuela, también. En ambos países reinan la anarquía y la criminalidad. Y ambos se han convertido en el foco de una grave crisis regional. Libia y Venezuela también se parecen en que ambos son países petroleros que no logran producir y exportar los enormes volúmenes de crudo que les permitirían sus vastas reservas.
Ambas naciones están sometidas a sanciones internacionales y en la mira del Kremlin. Putin logró que Rusia pudiese tener una gran influencia en el conflicto sirio. Ahora está tratando de conseguir lo mismo en Libia y Venezuela. En ambos países ha habido diálogos y negociaciones con mediación internacional que han fracasado.
Otro rasgo común de las crisis de Libia y Venezuela es que la fatiga está creando desaliento y desazón. Las crisis que se enquistan, alargándose sin perspectivas de una solución, dejan de tener prioridad para la comunidad internacional.
Lamentablemente, gobiernos, organismos internacionales y medios de comunicación ya muestran señales de fatiga con respecto al estancamiento de la situación en Venezuela. Si en los próximos meses no hay cambios en el statu quo, la inercia y el ‘más de lo mismo’ se impondrán. Esto hay que evitarlo como sea.
Fuente: El Tiempo