La última misión oficial venezolana de alto nivel viajó a China hace pocos días para establecer “niveles superiores de relacionamiento” de acuerdo a las palabras del jefe de la delegación. La ambigüedad de los términos solo es demostrativa de la esterilidad de la tarea.
El asunto no es difícil de entender ni para los menos aviesos en los temas petroleros. China, un país como inmensas necesidades de hidrocarburos, desde los inicios del gobierno de Hugo Chávez se manifestó dispuesta a aportar ingentes recursos financieros al gobierno venezolano para ser repagados con petróleo extraído de su subsuelo. En sus inicios ese trueque de dinero por petróleo funcionó. Adentrarse en las leoninas condiciones que impuso Pekín a Caracas en su momento no es relevante en este punto. Lo que sí sabemos es que nunca los revolucionarios han sido ni eficientes ni probos en el manejo de los dineros nacionales y no es necesario abundar en consideraciones sobre la total ausencia de rendición de cuentas al país en torno a las colosales masas de dinero y petróleo que estuvieron envueltas en este tejemaneje sino-venezolano.
Los montos en juego a lo largo del tiempo- cerca de 60.000 millones de dólares- eran ampliamente suficientes para muchos propósitos, unos confesables y otros no. Para lo que si sirvieron fue para publicitar a los cuatro vientos una alianza política que, a los ojos de terceros, hacía de Venezuela la más aventajada socia del continente de la segunda economía planetaria.
Solo que el resultado de varios lustros de aplicación de los recursos chinos a proyectos venezolanos no solo no dio el resultado esperado en favor del desarrollo venezolano, sino menos aún en mantener y mejorar la capacidad de extracción del crudo del subsuelo. Lo que sí es claro como el agua es que el total destrozo de toda la economía nacional ocurrida en las dos pasadas décadas ha tenido su principal exponente en la industria petrolera. Pagar a los chinos la deuda, desde luego, se tornó crecientemente cuesta arriba.
En abril de este año uno de los catedráticos y expertos petroleros más reputados internacionalmente, Francisco Monaldi, decía en su artículo “China puede ayudar a salvar a Venezuela” que es altamente improbable que el coloso de Asia alcance el repago de los 19.000 millones de dólares que aun quedarían por ser honrados. La deuda externa de Venezuela representaba, en ese entonces, seis veces el volumen de las exportaciones nacionales.
Para nadie es un secreto que Venezuela no es más que un productor petrolero venido a menos. La administración china tiene bajo sus ojos las cifras publicadas por la OPEP que muestran que de 2017 a esta parte, la producción pasó de 1900 b/d a 644 b/d, es decir, a un tercio de lo que los pozos sacaban hace dos años.
Este fue el telón de fondo de la última visita de una delegación oficial del régimen madurista a Pekín. Entre abril y octubre de este año la producción cayó un 33% adicional. Esta es la imagen que los altos oficiales del gobierno pasean por el mundo mientras intentan armar “niveles superiores de relacionamiento”: La de un país que repta en el terreno petrolero, doblegado, además, por el bloqueo norteamericano que impide el transporte de lo poco que queda de los hidrocarburos venezolanos.
Todo ello corrobora lo que los asiáticos saben mejor que nadie: con una industria extractiva incapaz de retornar sobre sus pasos, el país no puede, de manera alguna, revertir el deterioro de su relación financiera externa.
La única apuesta válida para la China de Xi, para esta hora, es la de acercarse a quien quiera que vaya a tener en sus manos la tarea de la recuperación del país.
A los “hermanos “chinos no les queda otra.
Fuente: Analítica