“Ma, esto no es fácil de asumir para mi papá y para mí. Lo que salía en los periódicos era cierto. El Estado cometió un error y hace más de treinta años nos entregó un cuerpo que no corresponde al de mi tía. Ella ahora es una desaparecida. Nos lo dicen así no más: es una desaparecida. Y nosotros no tenemos manera de nombrarlo. Se nos refundió, se nos extravió”.
La carta empapela varias paredes de Bogotá, está a la vista de miles de transeúntes y cuenta una historia tan cruel que es imposible no empatizar con el dolor de quien la escribe. Alejandra Romero es la sobrina de una víctima de la toma y retoma del Palacio de Justicia, ocurrida en 1985. Por una equivocación fatal del Estado, su familia recibió y sepultó el cuerpo de otra persona y ahora, como dice Alejandra, se abrió otra vez su herida. “No hay más respuestas que: ella es una desaparecida, estas cosas son así, toman tiempo. Sin embargo, en estos casos, tiempo no hay, vida no hay, planes a futuro no hay. Nos volcaron la vida al pasado y nos tienen ahí condenados”.
Cae la tarde, el frío baja de los cerros tutelares de la ciudad y estas palabras desgarradas junto a las de otras 12 víctimas se escuchan en el parque nacional de la capital como en un bucle que se repite cada hora. Con un micrófono, intentan ganarle el pulso a los pitos de los autos en una vía principal que ruge al final del día. Traen calentadores para la madrugada. Los familiares de las víctimas y los ciudadanos que los acompañan se preparan para la noche en la que se leerán los textos como el de Alejandra.
Es la séptima hora de la vigilia de 24 horas por los desaparecidos y Michel Landeros se sube al escenario dispuesto para la lectura. Tiene una carta en la mano y comienza a leer, pero antes se presenta y aclara: “Soy la sobrina de Eduardo Garzón Páez. Para mí es muy duro saber que me lo quitaron de las manos, era el que me recogía en el colegio y me quedé esperándolo. Todavía no creo que esté muerto, todavía pienso va a llegar y decirme que estaba de viaje”, dice Michel. Toma agua. Han pasado once años desde que lo desaparecieron y aunque finalmente encontraron su cuerpo, esperan saber la verdad.
Ciudadanos que pasaban y se sentaron a escuchar e integrantes de organizaciones de derechos humanos, tienen en sus manos la carta que lee. Se titula A usted que está leyendo esta carta y cuenta la desaparición de Eduardo Páez a manos del Ejército, la búsqueda de la verdad, el dolor de la familia. “Hace once años cambió nuestra vida para siempre, nosotros éramos pobres pero dignos, teníamos una vida muy tranquila”. El público la acompaña, algunos lloran, aplauden al final y escriben. Les han entregado hojas para que respondan las cartas y las depositen en una urna. En una tarde, la gente ha respondido 1.300 cartas para los familiares de las víctimas.
Ximena Guerrero escribe y llora. Caminaba rumbo a su casa, se detuvo a escuchar y terminó escribiendo a Michel: “Querida mía, tu carta me hace recordar a mi tía Cecilia (…) te ofrezco mi hombro para llorar, un abrazo y la conciencia sobre la importancia de la justicia y la igualdad”.
Los familiares de desaparecidos participaron de un taller de escritura creativa con el colectivo Conexiones Anónimas, ampliar foto
Los familiares de desaparecidos participaron de un taller de escritura creativa con el colectivo Conexiones Anónimas, Alcaldía de Bogotá.
Con información de El País