Conozco a una ciudadana venezolana que nos hizo la vida más llevadera en un momento de duelo familiar cuando, por esas cosas de la vida, tuvimos que pasar unos días difíciles en un hotel de Medellín.
Conozco a otra venezolana que desde siempre me ha ayudado a paliar la ansiedad que me produce la silla de odontología, porque con su paciencia de Job se toma largos minutos para calmarme antes de cualquier intervención. Más que odontóloga es amiga y una mujer buena desde la médula.
Venezolana era también una mujer que fue para mí durante años una suegra amorosa y generosa como pocas y que acogió a mi hija como su nieta sin dudarlo.
Conozco a un trabajador venezolano que nos ayudó a construir un camino de piedra que hoy es mi refugio contra todos los demonios y le agradezco por eso. Conozco a una pareja de venezolanos que tienen un restaurante en donde se come delicioso y atienden con cariño. Todos ellos, migrantes. Todos, aportando trabajo, afecto, amabilidad. Y son miles…
Los recordé cuando escuché la noticia del Estatuto Temporal de Protección para migrantes venezolanos anunciado por el presidente Iván Duque. Es un gesto humanitario que se debe reconocer y que poco a poco iremos entendiendo en toda su dimensión.
Es un gesto humanitario que se debe reconocer y que poco a poco iremos entendiendo en toda su dimensión.
Habrá que mirar el detalle, responder a las dudas y preguntas que genera. Me inquieta particularmente si los más vulnerables que no tienen nada serán acogidos y qué pasará con aquellos que no llenen los requisitos y aun así decidan aventurarse a cruzar la frontera por las trochas. Todo será un proceso, habrá dificultades, pero la decisión de buscar el camino para regularizar la permanencia en el país de los migrantes venezolanos es un paso en el sentido correcto.
Acoger y recibir a los migrantes es un gesto importante para proteger la dignidad que muchos de ellos tienen amenazada por la discriminación que los convierte en víctimas de un mundo globalizado que sigue dividiendo a los humanos detrás de fronteras inventadas. Hace unos años la migración se produjo en sentido contrario y miles de colombianos se fueron buscando un futuro distinto cuando Venezuela aparecía como una mejor opción para sobrevivir.
Conozco también a muchos colombianos que hicieron ese camino empujados por la violencia o la pobreza. En Venezuela encontraron oportunidades y posibilidades que no tenían aquí.
La suerte de nuestros países ha estado entrelazada desde siempre, compartimos lengua, tradiciones, historia y por eso hay que insistir una y otra vez en que la migración no es una amenaza, es una realidad que significa retos y que también puede ser una oportunidad.
Migrar es el destino constante de los seres humanos y reconocernos como parte de una misma especie que va más allá de una bandera nos eleva a todos y nos dignifica a todos. Por eso nos toca batallar en el día a día contra la xenofobia que se ha venido tomando las calles y también el debate público.
Migrar es el destino constante de los seres humanos y reconocernos como parte de una misma especie que va más allá de una bandera nos eleva a todos y nos dignifica a todos.
A quienes tenemos espacio en los medios de comunicación, en las redes sociales y en cualquier escenario de interacción colectiva nos corresponde llamar la atención sobre los peligros de satanizar a las personas por su origen, sea extranjero o de una región en particular.
Un lugar de nacimiento no nos hace mejores ni peores. Si hay algo que nos ha mostrado este tiempo de pandemia es que vamos juntos en este camino y no sobra un poco de solidaridad y de empatía con quienes enfrentan el reto de asentarse en una tierra nueva.
Ojalá muchos venezolanos encuentren en Colombia un hogar, trabajo, amigos, amores y futuro ahora que se abre esta puerta humanitaria. Ojalá que su presencia nos haga crecer a los colombianos, así como muchos de los nuestros aportan a otros por todos los rincones del planeta.
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