
EL VENEZOLANO COLOMBIA | Por: José Ramón Villalobos
En tiempos donde la movilidad humana es una realidad global, los migrantes —hombres, mujeres, niños y familias enteras— siguen enfrentando una barrera aún más cruel que cualquier frontera: la estigmatización.
Cada vez que un hecho delictivo involucra a una persona extranjera, se activan los prejuicios. La narrativa se vuelve peligrosa y simplista: “los migrantes traen delincuencia”. Esta afirmación no solo es injusta, sino profundamente errónea. Generalizar a millones de personas por el actuar de unos pocos es una distorsión que solo alimenta el odio y la desinformación.
Criminalizar la migración es un error
Migrar no es un delito. Migrar es un derecho humano. Las personas migran para buscar seguridad, trabajo, oportunidades, o para huir de guerras, persecuciones, pobreza o crisis económicas. Asociar sistemáticamente la migración con la delincuencia es una falacia que ha sido utilizada con fines políticos y mediáticos.
Diversos estudios demuestran que no existe una relación directa entre migración y aumento de criminalidad. De hecho, en muchos países, los migrantes contribuyen activamente al crecimiento económico, cultural y social. Son trabajadores, emprendedores, estudiantes, padres y madres que buscan un futuro mejor.
El crimen no tiene nacionalidad
El delito no reconoce pasaportes ni estatus migratorios. El crimen es un fenómeno complejo, vinculado a múltiples factores sociales, económicos y estructurales. Decir que alguien es peligroso por ser extranjero es tan absurdo como decir que todos los locales son ciudadanos ejemplares.
Cuando se señala a un grupo por su origen, se abre la puerta a la discriminación, al racismo y a la violencia. Se crean guetos, se endurecen las políticas migratorias, y se alimenta el miedo hacia el “otro”. Pero lo que realmente se necesita es un enfoque basado en la evidencia, la inclusión y los derechos humanos.
Historias que merecen ser contadas
La mayoría de los migrantes no aparecen en las noticias. No cometen delitos, no ocupan titulares. Están construyendo, silenciosamente, una nueva vida. Son médicos, agricultores, artistas, estudiantes, cuidadores. Sus historias, de lucha y superación, merecen más espacio que los estigmas.
El lenguaje importa
Desde los medios de comunicación hasta los discursos políticos, el lenguaje tiene poder. Es hora de dejar de asociar automáticamente “migrante” con “ilegal”, “invasor” o “delincuente”. El respeto comienza con las palabras, y continúa con acciones y políticas que reconozcan la dignidad de todas las personas, sin importar su lugar de origen.
La migración es un fenómeno tan antiguo como la humanidad. No es una amenaza, sino una oportunidad. Es momento de dejar de criminalizar a quienes cruzan fronteras buscando esperanza. Un migrante no es un criminal. El crimen no tiene nacionalidad. Y nuestra humanidad tampoco debería tenerla.