“Soylent Green” (en español “Cuando el destino nos alcance”), es una película de ciencia ficción filmada en 1973 y protagonizada por Charlton Heston y Edward G. Robinson (fue su última película; falleció antes de su estreno). Es 2022, y la tierra está sobrepoblada y contaminada –hay una escena impactante, donde vemos el único árbol que sobrevive del Central Park, en Manhattan-.
La alimentación de lo que queda de la raza humana es casi exclusivamente provista por una compañía, “Soylent Industries”, que supuestamente convierte el plancton marino en comida. Claro, hasta que nuestros protagonistas descubren que los responsables de la empresa son algo así como precursores de los bolichicos chavistas, y el alimento es en realidad…pero no les voy a contar la película. Un destino distópico alcanzó a la humanidad sin que nadie asumiera sus responsabilidades. La tragedia no pudo ser evitada.
A los venezolanos nos llegó con el chavismo un futuro ominoso y trágico. La situación no ofrece mejoras previsibles. ¿El régimen? negando como siempre la realidad, con sus capos mayores en una guerra interna llena de puñaladas traperas, sin que nadie de respuesta a una de las más intrigantes de las preguntas hoy: ¿dónde está Tareck El Aissami?
Al régimen, el futuro no le interesa porque tiene 24 años viviendo un escapismo obscenamente irresponsable, anclado en un presente eterno, lleno de obscenos latrocinios, robos e injusticias.
Sería un error pensar que la situación es debida a la incapacidad de Maduro y su equipo. Los vientos que produjeron estas tempestades fueron originados por Hugo Chávez, y que dejen de decir pistoladas blanqueadoras de la memoria del difunto (Chávez), Rafael Ramírez el “rojo, rojito”, e Izarra el ya-no-tan-joven.
Hay que ser cínicos e inmorales como han sido siempre estos señores para que ahora nos vengan con el cuento de un “chavismo opositor al madurismo”: son todos demonios de la misma paila infernal.
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La crisis iniciada hace 24 años con la destrucción de todos los tejidos institucionales fundamentales no tiene en su raíz un fundamento solamente material, o económico, sino ético.
Es la visión ética del chavismo (o falta de ella, de ética) la que sembró las semillas de odio y de división que han arruinado al país, no exclusivamente sus decisiones económicas, aunque estas últimas sean las consecuencias aparentemente más visibles. El chavismo ha resultado ser, en su esencia, una construcción política inhumana dedicada casi en exclusiva a vaciar nuestras vidas de todo contenido valioso e inapreciable.
Una oposición política que se enfrenta a un régimen autoritario, sobre todo cuando ella es mayoría, no está para salvarle la situación a un gobierno que se ha negado a todo tipo de convivencia y que se muestra todavía hoy más indiferente que nunca ante los padecimientos ciudadanos, incluso ante la muerte derivada de sus errores. Y, como afirma un joven Winston Churchill a Lord Grey en una muy recomendable miniserie de la BBC sobre los orígenes de la 1ª. Guerra Mundial (“37 days”), “la amabilidad nunca es una estrategia”.
En cambio, sí son profundamente estratégicas –de hecho, son dos de las reglas fundamentales de la estrategia en la teoría de juegos- estas consideraciones:
1) “Si usted tiene una estrategia dominante, asúmala”. La estrategia dominante de la oposición derivada del mandato recibido desde hace muchos años por las mayorías ciudadanas, es conquistar el poder ejecutivo, por vía constitucional, lo más pronto posible.
2) “Hay que conocer al rival al que te enfrentas”. Creo que los venezolanos hemos sufrido lo suficiente a estos tiranos como para hacernos ilusiones sobre lo que se puede esperar de ellos y de sus mentores castristas.
Nicolás Maduro no posee ni un solo gramo de legitimidad. De hecho, nunca la ha tenido. Por la forma mediante la cual sustituyó al difunto, y la forma como se violó la constitución en esa oportunidad, ya estaba ilegitimado para ejercer la primera magistratura.
Además, no es deseable transportar al mundo de la ética los cálculos políticos basados en mayorías y minorías. Ellos son un dato a asumir, y ciertamente determinan en buena medida las decisiones a tomar. Pero afirmar que el chavismo está legitimado (y que Nicolás Maduro es hoy presidente de “todos los venezolanos”) por unos resultados electorales entrampados, o porque tiene el monopolio de la violencia, no es ni política ni éticamente aceptable. Nuestros amigos democráticos en el exterior lo siguen teniendo más claro.
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Hay que aprovechar cada ocasión para desmontar la mentira, las múltiples corrupciones, el pozo negro moral que ha constituido el chavismo y su líder máximo, su orgullosa inhumanidad, que ahora se pavonea de que dizque “combate la corrupción”.
Frente a la dictadura, se necesitan líderes que separen lo falso de lo verdadero, y que con tenaz rebeldía nunca renuncien a la esperanza. Que construyan, no que destruyan, que empaticen, no que dividan, que entiendan que no se salva la patria mimetizándose con quienes la han destruido, y que es fundamental ejercitar una resistencia y una protesta a las que se incorporen definitivamente los actores partidistas y que lleve decisivamente, sin salidas mágicas o meramente voluntaristas, al cambio político deseado.
En nuestra accidentada historia venezolana sí ha habido compatriotas -pienso, citando solo tres, en Vargas, en Roscio, en Fermín Toro- que han tomado decisiones que merecen el mayor de los respetos y el más agradecido de los recuerdos. Hacia su ejemplo debemos apuntar, evitando las arenas movedizas del cinismo y del pesimismo crónicos.
Nuestra más cercana y visible posibilidad hoy para obtener un futuro luminoso está en los miembros de la Comisión de Primaria. A ellos les debemos paciencia, respeto y tener los dedos cruzados con el ferviente deseo de que su labor supere todos los escollos que se presenten y que llegue en 2024 a un puerto democráticamente victorioso.