EL VENEZOLANO COLOMBIA | ACNUR
Los colegas de Edixioney Nubo Romero le atribuyen haber aplicado la mayor cantidad el mayor de vacunas COVID-19 en todo Lima Norte, un distrito empobrecido y en expansión de la capital peruana. Y, aunque no existe un recuento exacto, su registro no oficial de entrega de decenas de miles de dosis parece plausible. Hubo momentos, durante los días más oscuros de la pandemia, en los que la enfermera venezolana empezó a vacunar a las 7 de la mañana y terminó, muchos cientos de pacientes después, a medianoche.
“No sentíamos el cansancio”, recuerda Edixioney. “Lo que queríamos era que las personas se fueran vacunadas a sus casas, que no se fueran sin haber perdido todo el tiempo ahí, esperando”.
Para Edixioney, de 39 años, quien salió de Venezuela en busca de una cirugía de corazón que le salvara la vida a su hija y pasó sus primeros meses en Perú trabajando en un restaurante, la oportunidad de servir en la profesión que eligió le parece un milagro.
“Lo de nosotros es eso de vacunar”, asegura Edixioney, y añade que tanto ella como las otras enfermeras venezolanas con las que trabaja en la clínica de salud pública Los Libertadores, en el barrio limeño de San Martín de Porres, estarán eternamente agradecidas por “oportunidades de ganarnos el pan y de hacer lo que nos gusta”.
Perú es el segundo país de la región con mayor población refugiada y migrante venezolana, ya que acoge a casi 1,5 millones de los 7,1 millones de personas de origen venezolano que han abandonado su país en los últimos años a causa de la crisis social y económica. Muchas de ellas son profesionales con formación, como personal de enfermería, fisioterapia y medicina que, a pesar de tener aptitudes muy solicitadas en su país de acogida, a veces se han enfrentado a trabas administrativas que les han dificultado ejercer en su país de acogida.
Ese fue inicialmente el caso de Néstor Márquez, un médico de 53 años que se estableció en Lima en 2018. Cuando llegó, Néstor no estaba en condiciones de revalidar sus licencias médicas, un proceso largo y costoso que puede llevar más de un año y medio. Su primera prioridad era ahorrar el dinero suficiente para poder traer a Perú a su esposa y a sus tres hijos pequeños.
Para ello, cambió la bata que había sido su uniforme diario durante sus décadas de carrera médica en Venezuela por un par de zapatos cómodos.
“Trabajé vendiendo libros en puestos ambulantes… Era un vendedor ambulante de libros”, cuenta Néstor, con una sonrisa apenas visible tras su mascarilla quirúrgica. “Me ayudó mucho. Con lo que ganaba vendiendo libros, pude traer a mi familia”.
- Néstor Márquez, médico venezolano de 53 años, en el Centro de Rehabilitación Los Olivos de Pro, en Lima. © ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
Ahora, gracias en parte a un acuerdo entre ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y el Ministerio de Salud de Perú, Néstor trabaja en fisioterapia – la especialidad para la que se preparó en Venezuela – en una nueva clínica pública de Lima Norte. En virtud del acuerdo, ACNUR financia el salario del personal, casi todos de nacionalidad venezolana, durante los tres primeros meses de su incorporación.
Desde su apertura el año pasado, residentes de toda la capital peruana acuden masivamente al Centro de Rehabilitación Los Olivos de Pro, en busca de alivio para molestias como dolores de espalda, lesiones neurológicas y problemas respiratorios de larga duración derivados de la COVID-19. El equipo también ha observado un aumento del número de pacientes ingresados. También han aumentado los padres que solicitan terapia de lenguaje para niños pequeños que, al haber permanecido encerrados durante la pandemia en etapas cruciales de su desarrollo, tienen dificultades para comunicarse.
Irónicamente, Néstor cuenta que fue la pandemia de coronavirus la que ayudó a los profesionales de la salud venezolanos en Perú, como él, a volver al trabajo.
“Es como un sueño estar aquí, en este sitio donde hay tanta necesidad”.
En 2020, el personal de salud de Perú fue uno de los más afectados por el coronavirus, que mermó aún más una plantilla ya sobrecargada. La pandemia creó una necesidad acuciante de profesionales médicos capacitados y con experiencia, lo que llevó a las autoridades peruanas a agilizar las licencias médicas para el personal cualificado procedente de otros países que ya vivía en Perú. Fue entonces cuando Néstor solicitó y obtuvo el derecho a ejercer en Perú.
“Para mí, es como un sueño estar aquí, en este sitio donde hay tanta necesidad”, comenta, señalando hacia la sala de espera, donde un niño pequeño en silla de ruedas y con férula en la pierna esperaba su cita. “Estar aquí en este centro me permite entonces aplicar eso que hay en mi pensamiento y en mi accionar de toda mi vida con este grupo de venezolanos profesionales extraordinarios”.
Preguntado sobre si alguno de los pacientes se ha resentido por ser atendido por el personal de la clínica, casi todo venezolano, Néstor asegura que, al contrario, “están contentos y agradecidos”.
Yesenia Ramos Sandóval, la madre del niño en silla de ruedas, Jeremy, de 7 años, coincidió con este sentimiento.
“Estamos muy contentos de poder darle a Jeremy la terapia que necesita”, comenta Yesenia, de 30 años y originaria de la capital peruana, con una amplia sonrisa.