Así sea en forma alambicada y no como se hace en cualquier democracia del mundo, el presidente Jair Bolsonaro, supuestamente habría indirectamente reconocido su derrota electoral al condenar los bloqueos en las carreteras y las llamadas a un golpe militar, apegándose a la Constitución y agradeciendo el apoyo de 58 millones de brasileños que votaron por él.
Un punto importante es que recordó que él fue quien reunificó a los diversos grupos de derecha que ahora son mayoría en el Congreso y en las principales gobernaciones del país.
Esta lacónica declaración de dos minutos fue considerada por el Tribunal Supremo como una aceptación de hecho y, poco después, el ministro de la Secretaría de la Presidencia, Ciro Nogueira, se refirió a Lula como el presidente electo, y ya fueron, supuestamente, creadas las comisiones de enlace designando Lula a su vicepresidente, Geraldo Alckmin, para que las presidas, lo cual es un buen signo, ya que cuenta con buena aceptación en los sectores económicos de Brasil.
Los acontecimientos posteriores, con las multitudinarias concentraciones de población a las puertas de los cuarteles, exigiendo la intervención militar para impedir que Lula asuma el poder, son un signo muy peligroso porque implica abrir la caja de Pandora y permitir que los militares vuelvan a ser los árbitros del poder, por encima de los organismos del poder civil.
Ahora Bolsonaro, debe decidir, ante su actitud ambigua, si quiere convertirse en el líder de la oposición y Brasil mantiene así su legitimidad democrática, o si es el propiciador de un golpe de Estado, lo que se traduciría en el retorno a una de las peores etapas anti democráticas de ese gran país.