Que el Papa guarde silencio sobre lo que está pasando en Cuba, no es señal clara de que ni lo sabe ni le interesa.
La Iglesia Católica no es un Estado policial que dependa de sus espías y de la fuerza del miedo, es una realidad humana presente en cada parroquia en el mundo entero, desde las grandes ciudades históricas europeas y las gigantes estadounidenses, hasta los pequeños pueblos empobrecidos de China y la India.
La Iglesia piensa y actúa a su propio aire y con la riqueza de un pensamiento alimentado por el tiempo, cargada de mártires, poderosos y sabios, el mejor servicio de información del mundo y de la historia, una capacidad que quizás Fidel Castro conocía por haber estudiado con jesuitas en el colegio Belén, pero que ignoran dirigentes paridos en revolución como Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro, formados por regímenes rígidos y con la disciplina por encima del análisis.
Criticar al Papa por no esgrimir posiciones públicas sobre el tenebroso desorden cubano actual es adelantar opiniones sin conocer la verdad que puede estar oculta o reservada en aras de acciones y objetivos.
La paciencia vaticana suele dar buenos resultados, hasta con el fanatismo musulmán.