Venezuela se ha convertido en el campo de concentración más grande del mundo. El día a día de nuestra nación se relata con el derramamiento de la sangre de nuestros coterráneos. Esas tragedias se amontonan en largas páginas de ese diario, revelando las cifras más inopinadas generadas por los crímenes cometidos por Nicolás Maduro y sus cómplices.
Estamos en plena profundización de esa tragedia, con un empuje acelerado hacia una involución, rodando sin piedras que nos detengan a la decadencia social y moral. Estamos siendo ciegamente hundidos en un abismo con el fatídico desenlace: estrellarnos con la irreversibilidad de la miseria y la pobreza.
Lo cotidiano ya no es vivir, soñar, reír; lo cotidiano se ha convertido en desconcierto, frustración, pérdidas e impotencia; una verídica subsistencia que ha acarreado reacciones desfavorables, conduciéndonos cada vez más a la deshonra y a una precaria dignidad.
DE TIERRA DE GRACIA A TIERRA DE NADIE
De tierra de gracia pasamos a ser tierra de nadie; de país petrolero a un país cocalero. Cada día que transcurre nos vamos pareciendo más a Somalia, a Zimbabue o a Afganistán. Las mafias controlan nuestras riquezas minerales, los carteles incrementan el tráfico de droga, elites corruptas viven como jeques en un país tropical en donde la pobreza, el hambre y la enfermedad son la columna que le da el equilibrio perfecto a la narcotiranía.
La diáspora es hoy el proyecto bandera y fundamental de muchos que intentan huir de un fallecimiento seguro, dentro de un país hundido en la espantosa catástrofe que lo acorrala. El tiempo para nuestro afligido pueblo se cuenta en víctimas, ya no en horas, días o meses.
Vivimos en indeseables condiciones mientras transitamos en un camino narco-tiránico miserable y de una aparente igualdad, cuando la única igualdad está dada en los asesinatos; y aunque parezca un hecho consumado, los invito a colocar nuestra mirada gris y oscura, en un horizonte que está lleno de luz, de una luz de perspectivas, futuro, aspiraciones y anhelos alcanzables. De aquí que la solución es urgente, asociando y no disociando. Sincerando posibilidades.
Una Intervención Humanitaria con una fuerza global capaz de doblegar a estos criminales será, a mi juicio, la salvación de una colectividad sentenciada a perder la vida y de una nación fatalmente reducida a un estado fallido.
Con Nicolás Maduro usurpando los poderes públicos y comandando carteles del narcotráfico, megabandas, pranes, colectivos paramilitares y respaldado por transnacionales terroristas, continuará y se incrementará la desgracia. Se hace imperativa la aplicación de la Responsabilidad de Proteger a la población del genocidio, crímenes de guerra, la depuración étnica y los crímenes de lesa humanidad para poder darle fin a este martirio, para poder ver renacer la paz y el progreso para Venezuela.
En el caso de que en el Consejo de Seguridad de la ONU surgieran vetos, es posible apelar a la plenaria de la Asamblea General con la aprobación de sólo 7 votos de los integrantes de ese Consejo.
Son más de veinte años de un pueblo en resistencia pero seguiremos luchando porque jamás nos rendiremos. Se han tomado innumerables vías y mecanismos: diálogos, negociaciones, votaciones… y todas esas fórmulas se han estrellado contra la muralla de una tiranía arbitraria y sanguinaria.
No podemos desde la soberbia entregarnos a la buena de Dios ni mucho menos desde el conformismo a la buena suerte, como aquel que deja su destino y el de sus seres queridos a merced del amuleto que aprieta entre sus manos. Es el momento de acciones definitorias. Ejecutar los métodos que contempla el R2P, será como un parto de una madre, doloroso pero sublime cuando alumbre la vida.
Enfilemos nuestros esfuerzos en una sola dirección para llegar a lo que realmente somos: grandeza y libertad.