El New York Times esta semana cuestionó el otorgamiento de premios Nobel de la Paz a seis de los galardonados de los últimos treinta años, por considerar que sus méritos eran débiles.
Ocurre que, en todos esos casos, el giro de los acontecimientos que siguieron al otorgamiento del premio en el terreno de la pacificación de sus países, terminó por vaciar de contenido los merecimientos considerados en el instante de la entrega de los mismos. Entre ellos está Juan Manuel Santos, el expresidente de Colombia.
Los otros son el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, ganador en 2019. Barack Obama ex mandatario estadounidense, quien lo recibió en 2009, el expresidente de Corea del Sur Kim, Dae-jung, ganador del premio en 2000 y la líder birmana, Aung San Suu Kyi, quien obtuvo el nobel en 1991. Ninguno de los procesos encabezados por estos individuos y vinculados con la pacificación de su país ha podido mantenerse incólumes a lo largo del tiempo.
Una revisión somera a la Historia nos indica que este galardón fue establecido por el inventor de la dinamita, Alfred Nobel en el año 1895 y fue otorgado por primera vez en 1901. Además del reconocimiento concedido a la Paz como valor universal, otras cinco disciplinas también son objeto del mismo reconocimiento desde entonces y con una intermitencia anual: literatura, química, física, economía y medicina.
Un espíritu y un propósito loable han estado siempre presentes en el trasfondo de las consideraciones que son tomadas en cuenta para adelantar candidaturas, particularmente para el premio más visible de todos que es el de la Paz.
Es cierto que son elementos subjetivos los que evalúa el Comité del Premio, pero la selección es rigurosa en cuanto a los protagonistas, a sus ejecutorias y a su nivel de aceptación general. Pero es innegable que el otorgamiento de la distinción a nivel mundial ha estado plagado de peligros, que la selección está sujeta ex post al escrutinio de la opinión pública y ha sido afectado por motivos y prejuicios nacionalistas.
PREMIOS EXAMINADOS CON PREMURA
No es equivocado decir que algunas candidaturas han sido examinadas con premura, como el caso de Barack Obama a muy cortos meses después de la asunción del cargo. También es cierto que la evolución de las condiciones de la dinámica política que enmarcan la selección de un galardonado puede variar con el tiempo, algunas veces de manera radical.
El caso de Juan Manuel Santos como gran artífice de la pacificación de Colombia es muy polémico y ha aportado mucha tela que cortar desde su concesión el 8 de octubre de 2016. El propio medio estadounidense que hoy lo cuentiona, el NYT, lo reseñó de esta manera en su momento: “Solo semanas después de que el Presdiente Obama ganó el Premio Nobel de la Paz , ordenó 30.000 tropas americanas a Afganistán… Ahora este viernes, el Presidente Juan Manuel Santos de Colombia ganó el premio de Paz por su esfuerzo para llevar a un fin la guerra civil en su país- apenas días después de que su país rechazara el Acuerdo de Paz en un referendo”.
Este temprano parangón entre estas dos situaciones pretendía dejar evidencia de que el Nobel se había ya transformado en un claro estímulo a perseverar más que en un reconocimiento a ejecutorias firmes y con una vocación histórica contundente.
Para Colombia el tema replanteado por el diario neoyorquino de nuevo levanta roncha. El medio intenta probar que el prestigioso galardón de tanto reconocimiento planetario se ha devaluado consistentemente, pero no es ello lo protuberante para los colombianos. Nunca la paz de su país estuvo tan en entredicho como en este momento, luego de que el expresidente exhibe sin pudor una distinción que nunca mereció.
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