EL VENEZOLANO COLOMBIA | LA OPINIÓN
Nunca antes la situación de la frontera colombo-venezolana, de manera particular el Catatumbo colombiano y los Andes venezolanos, ha enfrentado una situación de incertidumbre e inseguridad como la que hoy está en desarrollo. Esa frontera de más de 2 mil kilómetros está envilecida y bailando sobre la cuerda de un colapso.
Caracas y Bogotá mantienen unas distancias diferenciales muy fuertes en los campos político, diplomático y económico; la cocaína colombiana y la minería ilegal venezolana, han corrompido las instituciones, especialmente las venezolanas, encargadas de custodiar esa franja fronteriza; la segunda crisis humanitaria más grande del mundo actual debido al desplazamiento forzado por el hambre, afectar toda esa región y el tic-tac de la bomba pandémica, se acelera día tras día.
Casi un 35% de la cocaína colombiana, según algunas estadísticas, se trafica por esa frontera utilizando a Venezuela como la plataforma aérea más importante del continente, desde donde fluye del alcaloide hacia al Caribe o Centroamérica y de allí al imperio de tío Sam, el mayor consumidor del mundo. Oro, coltán, diamantes, tungsteno y otros metales, salen ilegal y secretamente desde Venezuela hacia el medio oriente o con certificados falsos desde Colombia, hacia Europa.
En medio de este escenario, como siempre, empresarios y comerciantes de todo pelambre, tienen en Cúcuta un mercado muy activo para sus productos. Aquí, todo se puede conseguir a un buen precio. Como en otras latitudes y en otras épocas, los contrabandistas, comerciantes, los traficantes de personas, el mercado sexual y las delincuencias organizada y no organizada, pululan y conforman un marco de irregularidad, ilegalidad y acumulación de fuerzas potencialmente peligrosas para los dos países y para toda la región.
El bandidaje pelecha cada vez con mayores desafueros. Al mejor estilo de los carteles mexicanos, videos de desmembramientos aumentan en frecuencia y circulan en redes sociales, enviando un mensaje de miedo y terror a sus rivales y a sus futuras víctimas. El Crimen Organizado Transnacional, incluyendo a las Farc y al Eln, aprovecha esta rica fuente de reclutamiento de carne de cañón y de mano de obra joven, barata, urgida de supervivencia y en búsqueda de futuro, desde Paraguachón hasta Puerto Ayacucho.
También en esa frontera, se reflejan los intereses geoestratégicos que representan los dos países vecinos. En Miraflores se reúnen y coordinan sus intereses rusos, chinos, iraníes y cubanos, todos enemigos declarados de Estados Unidos. Bogotá sostiene su tradicional e incondicional apoyo a Washington, aunque China avanza impetuosamente en el país con grandes proyectos mineros, de comunicaciones y de movilización.
En la alta Guajira, Unidades militares del Comando sur, adelantan operaciones de apoyo comunitario en las rancherías “guarés” en conjunto con tropas colombianas. En Rubio y Coloncito, soldados rusos operan drones en apoyo a las desmotivadas tropas venezolanas que siguen desertando hacia Colombia. Militares rusos y norteamericanos, pues, merodean por esta frontera, mientras en Arauca, células cubanas adoctrinan a campesinos colombianos en Saravena.
POCO AUGURIOSO
El fantasma de un encontronazo armado entre las Fuerzas Militares de Colombia y Venezuela es una latencia de vieja data. Pero como siempre en la historia, serán los centros de poder, en este caso Washington, Moscú o Pekín, quienes decidan y marquen el rumbo de una confrontación entre estos países de la periferia de seguridad cercana norteamericana. Las circunstancias podrían marcar dos caminos a esta eventualidad. O se diluiría dicho enfrentamiento ante las complejas redes de intereses y necesidades que se mueven en medio de la crisis y no pasaría de ser otra anécdota más, o se potenciaría aprovechando precisamente el caos reinante, comprometiendo en el incendio a toda la región y al continente.
El mapa es complicado y la aplicación de medidas de choque que busquen poner orden y método a esta dinámica, están condenadas al estigma de la izquierda binacional e internacional, la más interesada en utilizar este caos fronterizo para desprestigiar al gobierno colombiano actual y debilitar sus fuerzas armas, buscando siempre victimizar al madurismo, recurriendo a las falacias sesenteras de la solidaridad y la autonomía de los pueblos.
El esfuerzo principal para cualquier eventual control del fenómeno, lo sobrellevan las autoridades colombianas. Presidencia, Cancillería, Mindefensa, Migración, policía, ejercito, ONGs y la propia comunidad cucuteña soportan el peso oneroso de la migración y la delincuencia. Sin embargo, los restringidos recursos del gobierno colombiano, la máxima degradación de la economía venezolana y la precaria ayuda internacional, alimentan este acabose, insostenible para ambos países y que está llamando a una intervención internacional.
Y solamente una equilibrada, coordinada y entusiasta colaboración entre autoridades civiles y fuerzas de seguridad, con el concurso de comerciantes, empresarios, Iglesia, academia y sociedad civil representativa de todos los intereses involucrados en este problema, podrá seguir conteniendo en lo posible y manejando hasta se pueda, este retortijón fronterizo que nos duele a todos y que puede desembocar en unos problemas mayores y generalizado entre los dos países.
Una atenta observación y análisis día a día de lo que acontece allí, sería la mejor manera para advertir tempranamente este tipo de eventualidad y pronosticar con algún grado de certeza su destino. Para esto, la creación de un especializado Observatorio Fronterizo Colombo-venezolano que se encargue de buscar, recibir, acumular, registrar y analizar información pertinente y difundir sus conclusiones y recomendaciones, sería de gran utilidad en estos momentos.
Lo cierto es que el principal culpable del problema es el gobierno socialista de Maduro que sigue en Babia, narcotizado por el marxismo-leninismo, escuchando trinos de pájaros cubanos y acariciando un sueño de felicidad que se ha convertido en una desgraciada pesadilla.
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