Un problema que ha merecido gran atención es el de si las medidas para acabar con la inflación deben adoptarse gradualmente o en forma abrupta. En países con economías normales que tienen una tasa de inflación del orden del 7% u 8% anual, pienso que el gradualismo es viable, y creo que lo que allí conviene es reducir la inflación a lo largo de un período de dos años. Pero la situación de un país con el 7% de inflación al año es muy diferente de la de otro con una inflación de más del 200% al mes. Casi una hiperinflación.
No creo que una política de remedios graduales tenga sentido para Venezuela, ante todo porque temo que el paciente osea la economía Venezolana pueda morirse antes de que llegue a surtir efecto el tratamiento. Creemos que a Venezuela le conviene estudiar los grandes ejemplos de tratamientos de choque aplicados al problema de la inflación y la desorganización y destrucción.
Los casos de Alemania Japón quizás puedan ilustrar mejor ésta afirmación.
Ambos países salieron de la guerra con sus economías gravemente afectadas por la destrucción bélica, y a ella vinieron a sumarse los procesos inflacionarios y los controles de salarios y precios, así como también una serie de regulaciones. En ambos casos, la producción se redujo a más de la mitad de lo que era anterior a la guerra. La gente recurría al trueque, y el mercado negro estaba presente en todas partes. Tanto en Alemania como en Japón, la fuente principal del problema eran los controles de precios y salarios, aplicados en forma rígida por los ejércitos de ocupación.
El resultado de esos controles fue que ambas economías llegaron al borde del colapso, lo que en ambos casos condujo a la aplicación de tratamientos de choque. En Alemania, Ludwig Erhard, aprovechando la tarde de un domingo, suspendió levantó totalmente los controles de precios y salarios, anunció una política de reforma fiscal dirigida a igualar los gastos del Gobierno con los ingresos tributarios y eliminó así el financiamiento de aquellos gastos mediante la impresión de dinero. Fue una gran prueba de valor por parte del Ministro de Economía Ludwig Erhard, pronto recompensada por lo que hoy conocemos como el “Milagro económico alemán”. En efecto, a los pocos días toda clase de artículos habían vuelto a las tiendas como por arte de magia, porque sus precios eran ya reales. Al cabo de cuatro meses, la producción alemana había casi duplicado su nivel de partida.
En Japón, la terapia de choque se aplicó como resultado de las recomendaciones del Informe Dodge, preparado por una Comisión financiera norteamericana dirigida por un banquero de Detroit de ese apellido. El informe recomendó una fuerte reducción de los gastos del Gobierno, la eliminación de los déficit presupuestarios financiados mediante la impresión de dinero y la supresión de todo control sobre precios y salarios. Los resultados no fueron menos milagrosos que en el caso de Alemania, y la recuperación era patente a los pocos meses.
A partir de esta base económica, Alemania y Japón han gozado de un crecimiento ininterrumpido por muchas décadas. El caso alemán es fascinante si lo comparamos con el inglés. Gran Bretaña era antes de la segunda guerra Mundial una nación mucho más rica que Alemania. Inglaterra ganó la guerra y la Alemania la perdió. Después, Gran Bretaña adoptó políticas socialistas, mientras Alemania, a partir de Erhard y sus reformas, se decidió por una economía social de mercado y la empresa privada.
Gran Bretaña después fué el enfermo de Europa, con una inflación que llegó a alcanzar tasas del orden del 20% y con muchas dificultades económicas, plagada de estatizaciónes, controles y regulaciones que la llevaron al colapso, hasta que de nuevo fue rescatada por el Gobierno de Margaret Thatcher, la cual desestatizó la economía, redujo impuestos, privatizó empresas del Estado y limitó el papel del Gobierno en la economía. Alemania ha continuado con tasas bajas de inflación y un ingreso real que es mayor que el de los ingleses.
Sin duda alguna, no cabe una prueba más gráfica tanto de la eficacia de la terapia de choque como de los efectos de la economía de libre mercado.
El deterioro de la economía venezolana es notable. Economistas y Premios Nobel de economía como Richard Thaler, han dicho que es el mayor desastre y desempeño económico jamás visto en la historia de la humanidad. El país de las mayores reservas petroleras certificadas del planeta, y con muchos otros recursos naturales en abundancia, de toda índole, se encuentra sumido en la mayor pobreza material y más negra pobreza espiritual. Hoy tenemos una sociedad confundida y anarquizada, y un gobierno sin interés alguno en sacar de la pobreza al país, buscando solo sostenerse en el poder a cualquier costo.
Sin embargo hay razones para tener esperanzas, y apoyar esfuerzos en la dirección correcta. En Venezuela, la inflación ha superado tasas de más de 270% mensual. Tenemos que contener la inflación y tenemos que construir una vigorosa economía de libre mercado que permita al país despegar con un crecimiento económico sostenido y cuyos beneficios compartan todos los ciudadanos.
Hay que levantar los controles y regulaciones. Remover todos los obstáculos que impiden la creación de riqueza. Hay que hacer una reforma monetaria y una reforma económica. Hay que limitar el papel del Gobierno en la economía, hay reducir los impuestos para estimular la inversión, la política fiscal debe ser expansiva. Así como el petróleo en abundancia produjo por el mal manejo y desempeño de la industria consecuencias adversas, creemos, que sigue siendo una fuente de recursos importantes para facilitar y ayudar en la transición, en la construcción de la salida.
Pero se requiere del concurso de todos los actores. Las instituciones tienen que ser rescatadas. Hay que devolver la propiedad de los activos hoy improductivos en las manos del Estado, a los ciudadanos. Hay que salir del socialismo. Las medidas tienen que ser claras y sin vacilación, para que el paciente no muera y surta efecto el tratamiento.