El COVID-19 le cambia la partitura a los músicos de la Filarmónica de Bogotá

• La Filarmónica de Bogotá han aprovechado la tecnología y las redes sociales para expresar su arte y presentarse a un público que no se puede aglomerar para verlos en vivo y en directo

En estos días de pandemia y confinamiento los músicos de la Orquesta Filarmónica de Bogotá han aprovechado la tecnología y las redes sociales para expresar su arte y presentarse a un público que no se puede aglomerar para verlos en vivo y en directo.

Detrás de esta iniciativa están más de un centenar de músicos como Mónica Suárez, contrabajista a la que le ha tocado producir y grabar con el teléfono celular en su casa y enviarlo para que sea ensamblado con las interpretaciones de cada uno de sus compañeros.

«La pandemia del coronavirus nos ha cambiado mucho. Estábamos acostumbrados a ir a los ensayos, a vernos todos, a tener un director al frente, pero ahora trabajamos solos», dijo Suárez a Efe.

A Suárez, que vive en un amplio apartamento del barrio bogotano de La Soledad, le tocó, al igual que a sus compañeros, aprender de tecnología, programas de edición, manejo del celular y de otros dispositivos electrónicos para no dejar de hacer su trabajo.

«La pandemia nos cambió todo», repite mientras extiende sus brazos como queriendo ahuyentar al enemigo invisible que la obligó a aprender a ubicarse mejor para aprovechar la luz de los ventanales cuando se graba con el teléfono móvil tocando alguna pieza que hará parte de un ensamble virtual.

«Allí, en lo virtual, está ahora nuestro público que nos busca porque la música cualquiera que sea, es parte esencial de la vida de la gente, del mundo», acota.

AL SON QUE LE TOQUEN

La artista, oriunda de Manizales, capital del departamento de Caldas (centro), ha reorganizado su rutina y su forma de trabajo para enfrentar el confinamiento que rige desde el pasado 25 de marzo en Colombia y que irá hasta el 25 de mayo.

«Antes nos veíamos con los de la orquesta, estudiábamos por la tarde y llegábamos al otro día al ensayo. Ahora lo que hacemos es que cada uno hace su parte, es decir uno graba en su teléfono la parte que a uno le toca hacer», explica.

En ese aprendizaje, reconoce, le ha tocado hacer no una, ni dos, ni tres grabaciones «sino hasta cien tomas porque cualquier ruido o falta de luz echa a perder lo que se ha hecho con el celular».

«El trabajo tiene que quedar perfecto para que cuando le llegue a la persona que edita no tenga tantos problemas porque tiene que editar a casi 100 personas para un ensamble», detalla.

ENSAMBLES CON GRANDES

Aunque Suárez dice que lo ideal para un músico es tocar frente al público, las circunstancias actuales no lo permiten y por eso la Filarmónica de Bogotá explora caminos para mostrar su trabajo.

Un ensamble virtual fue el método encontrado para participar en el concierto que ofreció el cantautor colombiano Juanes el pasado 25 de abril como homenaje a su gente por la crisis que vive el mundo.

Igualmente, con motivo del Día de Europa, que se celebra cada 9 de mayo, la Filarmónica interpretó el fragmento «Oda a la Alegría», de la Sinfonía No. 9 de Beethoven, escogida en 1972 como el himno del continente.

«Estuvimos en esos ensambles y en otros y aspiramos a seguir haciéndolo porque lo virtual abre muchos campos para la música y para otras actividades en las que se puede, más adelante, combinar lo virtual con lo presencial», asegura la contrabajista.

A LA ESPERA DE MEJORES DÍAS

El contrabajo, que se puede tocar con un arco o con la yema de los dedos, es un instrumento de cuatro cuerdas y aunque sus medidas no son estandarizadas mide 190 centímetros de alto por 65 centímetros de ancho y pesa unos nueve kilos.

«Hace 35 años que estoy metida completamente en la música y jamás pensé vivir una época como la de ahora. Sabía que la música era un camino difícil, que exige sacrificio y dedicación pero es que ahora nos cambiaron la partitura», dice Suárez ante la nueva realidad.

De todos modos, ella sigue aferrada a ese instrumento que le compró al maestro Hernando Segura, quien falleció en diciembre pasado a los 92 años y que fue un aventajado discípulo del español Manuel Verdeguer (1908-1988).

«El maestro Segura, que fue el formador de casi todos los contrabajistas del país, me prestaba el contrabajo pero luego se lo compré y no me separo de él casi nunca», asegura.

Del instrumento que ejecuta con solvencia dice: «es alemán, pues así me lo dijo un lutier que cree que fue fabricado hacia el año 1.800, pero eso es otra historia», dice.

«Ahora nos toca esperar mejores días para volver a tocar ante el público. No queda otra», concluye la intérprete, «porque no hay nadie que pueda vivir sin música». 

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