El COVID-19 es un microorganismo de la familia de los Coronavirus. Tratándose de un virus nuevo los seres humanos no tienen defensas que los protejan. Eso explica la forma rápida como se ha venido expandiendo. Ya ha sido declarado como una pandemia por parte de las Naciones Unidas.
Para el 10 de marzo del 2020 la Organización Mundial de la Salud anunciaba que ya se había propagado por 114 países donde se habían detectado 118.000 casos entre los cuales 4.291 personas habían perdido la vida. Esas cifras muestran una tasa de mortalidad del 3,6%.
Ahora bien, se trata de casos que ya habían sido comprobados. Se estima que el número de contagiados es mucho mayor y que nunca llegaron a ser diagnosticados bien por ser asintomáticos o porque sus síntomas fueron leves y se curaron solos. Eso nos indica que en base al número de casos totales, la tasa de mortalidad real ha debido ser considerablemente menor. Vale la pena mencionar el caso de Corea del Sur, cuyo gobierno enfrentó con enorme eficiencia el caso del COVID-19, haciendo un gran esfuerzo por ubicar a todas las personas que hubieran podido tener contactos de riesgo.
Se ordenó la producción de un enorme número de kits para para realizar los exámenes y se emprendió la tarea de localizar y aislar a los posibles casos. Se practicaron 189.246 tests, más de 12.000 cada día, diagnosticándose 7.756 casos positivos. El índice de mortalidad resultó ser inferior al 0,7%.
Después de China, Corea del Sur fue el país donde llegaron a diagnosticarse mayor núnmero de casos. En ambos países la experiencia indica que la propagación del virus se va acelerando notablemente en los inicios, para después alcanzar un pico a partir del cual el número de contagios comienza a descender gracias a las medidas de contención. Ahora bien, lo que resulta contraproducente es que esas medidas conduzcan a situaciones de pánico en la población.
A estas alturas las estadísticas disponibles ponen en evidencia que, si bien la tasa de contagio puede ser muy elevada como antes se dijo, la tasa de mortalidad no es tan alta si la comparamos con otras pandemias.
La pandemia más devastadora que ha sufrido la humanidad en los últimos 100 años fue la Gripe Española (H1N1 Influenze Virus) que estalló en 1918. En número de contagiados superó los 500 millones y, en las 25 semanas siguientes, había producido la muerte de más de 50 millones de personas en todo el mundo. Quizá lo más grave es que en aquella ocasión las vįctimas fueron fundamentalmente personas entre 20 y 45 años que estaban en plena juventud. El mayor riesgo del COVID-19 se concentra fundamentalmente en personas mayores de 65 años, con antecedentes de enfermedades coronarias o respiratorias y con diabetes.
Ante el riesgo del surgimiento de nuevos virus o la mutación de otros que pudieran llevar a tragedias como la antes descrita, resulta evidente que todos los esfuerzos para contener la propagación resultan indispensables. Sin embargo, se deben evitar situaciones de pánico colectivo ya que pueden conducir a daños colaterales con efectos perjudiciales en la sociedad, a veces por razones vinculadas a la política, aún mayores que la enfermedad misma. Eso pareciera estar ocurriendo en estos momentos en la economía mundial.
Fuente: Analítica