Han pasado 20 años y el aire de La Guaira, apenas a una hora de Caracas, parece no haberlo olvidado. Revolotea la brisa y se siente el peso invisible de la peor catástrofe natural de Venezuela que sigue en la memoria de unos habitantes que ven como la reconstrucción de su región quedó a medias tras aquel deslave.
Para muchos de los guaireños cada lluvia es un recordatorio de la tragedia de Vargas, nombre que lucía hasta este año un estado que quedó marcado por un alud que el 15 de diciembre de 1999 segó la vida de miles de personas.
La montaña bajó al mar
Fue entonces cuando, después de varios días de lluvias, el agua acumulada en las faldas del cerro El Ávila que corona Caracas desató una furia de tierra, árboles y piedras que se llevó por delante todo lo que encontró a su paso.
Se estima que esos deslaves provocaron alrededor de 10.000 fallecidos -aunque fuentes extraoficiales ofrecen cifras mayores-, así como cuantiosas pérdidas materiales. Sin embargo, la escena que quedó en la retina de los venezolanos fue un cerro arrastrado hasta el mar.
Como consecuencia de la catástrofe el litoral se modificó en algunos tramos debido a las toneladas de tierra y piedras que cayeron hasta la costa.
Tareas pendientes
En la zona son muchos los que consideran que las obras de recuperación no llegaron a todas las comunidades de La Guaira y la reconstrucción sigue siendo una tarea pendiente en un estado que además acoge al aeropuerto que sirve a Caracas y la mayor zona portuaria del país.
Ya no quedan vestigios del barro excepto en el subconsciente de los vecinos pero el ama de casa Rosana López, de 64 años, apunta que la reconstrucción «no la hicieron como han debido».
Ella, habitante de toda la vida en la homónima capital del estado, cree que es necesario mejorar el alumbrado público, el servicio de agua, cloacas y el asfaltado de las vías.
«Vargas lo ha recuperado los mismos varguenses, todo el que recuperó su vivienda, el que recuperó su negocio. Fueron los mismos varguenses que tuvieron la voluntad de hacerlo», explica a sus 73 años, Linda, que exhibe como apellido el antiguo nombre de su estado que se niega a cambiar por La Guaira.
Dos realidades contradictorias
Al recorrer las avenidas que circulan paralelas al Caribe, la cinta costera atrae la atención por la pulcritud de sus paseos y parques, así como por las fuentes de agua y el fuselaje de un avión, que por estos días luce la parafernalia navideña.
En uno de los tramos del paseo peatonal, una pareja joven con un bebé de meses se toma fotos mientras un grupo de colegiales aprovecha las últimas horas de luz para jugar como si la brisa no fuera capaz de recordar la tragedia.
Esta imagen contrasta con las vías plagadas de huecos y el persistente olor de las cloacas sin canalizar que reciben al visitante en las calles periféricas.
«Para allá todo está bello, para acá está todo feo», subraya a Efe Enilda García, una obrera de 57 años.
Con «allá», García se refiere a las avenidas principales con sus miradores y parques, mientras que «acá» es el resto de las calles, en especial las ubicadas en las zonas populares donde, según ella, «está todo horrible» como consecuencia del abandono del Estado tras el alud.
Y aunque en las fuentes de la cinta costera brota el agua de manera continua, la administradora Sandra Gedris, de 56 años, lamenta que muchas personas «no tienen» ese servicio esencial en sus hogares.
Alerta sin respuesta: Un temor persistente
Es jueves en la tarde y una centena de obreros se afana bajo un sol intenso para acabar la construcción de un estadio de béisbol hecho con fondos públicos y que se alza junto a la playa, en buena parte de los terrenos que se ganaron al mar tras la avalancha.
Julio Juárez, jubilado de 68 años, denuncia que las obras del campo deportivo «estrangularon» la salida al mar del cauce del río Macuto, una corriente que hace 20 años arrastró personas, invadió viviendas y enterró vehículos.
Aunque los vecinos han advertido a las autoridades al menos desde 2016, los trabajos de mantenimiento no se han hecho a pesar de que el estacionamiento del estadio se está construyendo sobre el torrente.
Una herida abierta
Vegetación, rocas y sedimentos forman parte del paisaje en varios torrentes de los poblados de La Guaira, Macuto, Los Corales, Tanaguarena y Maiquetía, que alberga el aeropuerto que sirve a Caracas y que constituye la primera escena que el visitante tiene nada más aterrizar.
Todas las localidades están ubicadas en el este del estado y estuvieron entre las más afectados hace dos décadas.
Los guaireños mantienen vivo un temor, el que aún producen las lluvias ante la falta de mantenimiento de los cauces. El recuerdo y el abandono mantienen la herida abierta.
Es el caso de Juárez, quien señala que hoy en día las precipitaciones son recibidas con «mucha angustia» y «mucho susto», pues «mucha gente quedó traumada».
«Eso no se lo deseo a nadie», sentencia López.
Sobre ella se yergue de nuevo la montaña, ese cerro que oscureció el sol durante varios días y que hoy entre amenazante y majestuoso observa de nuevo a los vecinos de La Guaira.
Con información de EFE
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