El país que se nos viene encima no será nada fácil, pero tendrá el orgullo de la reconstrucción. Desolados, sin dinero ni producción, con el peso de una deuda colosal, nos debemos preparar para un futuro próximo que nos trae como capital el derecho a construir un país nuevo en pensamiento, actitud y capacidad.
Dejará atrás a esta Venezuela asolada, fracasada, desierto achicharrado con sudor, lágrimas y frustración. No podemos reconstruirlo solos, pero sin cada uno de nosotros no podrá reconstruirse. Esa es la gran verdad que debemos admitir y el compromiso para el que debemos estar preparados. El único posible. Deberemos hasta el modo de caminar, como reza el refrán, pero tenemos que caminar a fondo cada paso para volver a ser realmente libres. No por las leyes ni por las deudas, sino por nosotros mismos, por cada uno de nosotros.
Es más que cuestión de fe, mucho más que una emoción. Es el horizonte lejano que sabemos que está allí, y al cual deberemos alcanzar con nuestro esfuerzo, con la certeza de que existe ya el horizonte pero que el camino, como dicen los versos de Machado, tenemos que hacerlo cada uno de nosotros.
Dejaremos de ser una nación en la cual se mezclan ingenuos, confiados, ladrones, narcotraficantes y asesinos -con sus respectivos políticos- para convertirnos en pueblo de hombres y mujeres que sudan la dignidad y el compromiso.
Eso y reconstrucción, o la desaparición.