Por: Carlos Alberto Montaner
José Guerra y Tomás Guanipa han sido inhabilitados como parlamentarios. Guerra es un eminente economista. Fue una decisión del Tribunal Supremo de (In) Justicia que preside Maikel Moreno en Venezuela. Moreno, antes de hacerse abogado era policía de la DISIP y fue guardaespaldas del presidente Carlos Andrés Pérez.
La DISIP se transformó durante el chavismo en la siniestra SEBIN. En época de la democracia Moreno fue acusado de dos asesinatos, pero sus vínculos con la policía lo sacaron de la cárcel y decidió estudiar Derecho. Parece que trepó al poder por su amistad con Cilia Flores, la esposa de Nicolás Maduro.
El plan de Maduro es bastante obvio y fue perfilado por sus asesores cubanos en diciembre de 2015 cuando la oposición obtuvo dos tercios de los diputados, porcentaje que le permitía cambiar a los magistrados venales al servicio del oficialismo.
Maduro, a partir del 2016, asustado, decidió gobernar por medio del obediente poder judicial y, en consecuencia, eliminó a tres diputados indígenas de la Amazonía mediante un pretexto baladí. Esos tres diputados hacían la mayoría calificada que la oposición necesitaba para adecentar el poder judicial. No pudieron o quisieron sostenerlos. El TSJ declaró en desacato a la Asamblea Nacional (AN) hasta que cedió y los diputados admitieron la primera poda.
En el verano de 2017 Maduro, siempre bajo instrucciones de los cubanos, creó otro cuerpo deliberativo llamado la Asamblea Nacional Constituyente. El objeto era promulgar una nueva Constitución sin recovecos liberales. A principios del 2018 los chavistas se retiraron de la Asamblea Nacional (AN) pretextando una violación del reglamento. Siguió, entonces, el desafuero de los diputados demócratas. Había comenzado cuando eliminaron a los tres diputados de marras. Ya son una veintena. Cuando haya menos parlamentarios demócratas que chavistas, Maduro probablemente hará regresar a sus huestes a la AN con el objeto de maniatarla, callarla o disolverla definitivamente.
A partir de ese punto gobernará con una nueva Constitución calcada del modelo cubano, que a su vez sigue de cerca la que Stalin hizo promulgar en 1935. Allí se dirá, como en la Carta Magna de la Isla, que cualquier regla o legislación estará subordinada al modelo “socialista” y a las autoridades del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Cuba confía en que, con el tiempo, cambiará el panorama internacional adverso que hoy predomina, y Venezuela, como le sucedió a la Isla, deje de ser una anomalía y todos se acostumbren a la presencia de un narcoestado corrupto del que haya escapado el 20 o 25% de la población. Ya lo ha hecho un 15%.
La oposición, hoy mayoritariamente dirigida por Guaidó, aunque cuenta con el 85% de apoyo popular, tiene poco margen de maniobra. De nada le vale pedir una intervención militar o humanitaria si previamente no está pactada. Su mejor baza es pedirle ayuda a Estados Unidos
–como sugiere el experto nicaragüense Humberto Belli– para iniciar la lucha armada con el concurso de los más de mil militares exiliados en Colombia. Al fin y al cabo, Venezuela cuenta con tres importantes fronteras terrestres: Colombia, Brasil y Guyana, y una frontera marítima asomada al Caribe en la que hay islas holandesas y británicas.
Ante la negativa de Maduro a someterse a unas elecciones realmente libres y transparentes, el presidente Guaidó, invocando el artículo 350 de la Constitución vigente, puede reclamar el derecho a la beligerancia y terminar con la fantasía de unas elecciones libres y transparentes. Y si Washington fue capaz de crearle a Guaidó el respaldo diplomático de casi sesenta países, muy bien puede darle el espaldarazo para que los propios venezolanos conquisten con las armas el destino democrático y libre que les niegan La Habana y Maduro.
En todo caso, es suicida que los latinoamericanos se crucen de brazos ante la inmensa tragedia de los venezolanos. Ya han escapado del país más de cuatro millones de personas y es muy posible que se desate una hambruna que mate a otros tantos. Maduro y sus cómplices no van a entregar la autoridad sólo porque la sociedad lo demande. Fidel se lo dijo a Chávez repetidas veces: “El poder político jamás se entrega por las buenas, muchacho”. Hay que conquistarlo a cañonazos.
Por: Carlos Alberto Montaner